martes, 21 de marzo de 2017

LA ATLÁNTIDA NO ESTUVO EN JAÉN

La Atlántida no estuvo en Jaén... ni en ningún otro sitio.

Artículo de opinión de Manuel Molinos, catedrático de arqueología de la Universidad de Jaén publicado el 19 de marzo de 2017 en Ideal.es


Cuando alguien se define como atlantólogo podría suponerse que se trata de un especialista en Atlanthropus mauritanicus, el Homo erectus norteafricano, o de un estudioso de la cordillera del Altas tunecino-argelino-marroquí, o de un especialista en los fondos del mar Atlántico. Pero si me dicen que se trata de un autonombrado especialista en

la Atlántida platónica, me quedo asombrado de que alguien pueda decir tanta tontería sin ruborizarse, y que otros puedan tomarlo en serio. Es el caso de Georgeos Díaz-Montexano o de su colega Simcha Jacobovici, el 'descubridor' de los clavos de Cristo, de la tumba de Caifas, de la cripta familiar de Jesús, con María Magdalena y el común hijo de ambos; también de la sepultura del apóstol Santiago: un verdadero especialista en hallazgos de primer nivel que acabaron demostrándose, tampoco hubo que indagar mucho, simples falsedades. Toda una vida de estudio no bastaría para analizar tanta basura.

¿Existió alguna vez la Atlántida? Seguro que sí: en la filosofía de Platón, en la mitología, o en la retórica literaria: existió para sueños nacionalistas, especialmente el alemán de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial que desembocó en el nazismo,. Ha habido muchas Atlántidas, en la literatura y en la ficción. Existe en la cabeza de Georgeos Díaz-Montexano. Pero dicho esto, la Atlántida, como realidad, no estuvo en Jaén, tampoco sus supuestos centros secundarios, ni sus templos, ni sus construcciones. Ni aquí, ni en ningún lugar del planeta Tierra, sencillamente porque una Atlántida histórica, no existió nunca, jamás. No hay arqueólogo ni historiador medianamente serio, que sostenga esa afirmación. Lo diga Georgeos Díaz, Simcha Jacobovici o el afamado cineasta James Francis Cameron.

Las afirmaciones que hemos leído estos días en los medios de comunicación, tienen trampa y esconden un olímpico desprecio a la ciencia al intentar argumentar que existen dos clases de arqueologías: una académica, encerrada entre los infranqueables muros de la universidad y otra para la que no son necesarios ni títulos ni método. Basta con autoproclamar la existencia de una supuesta ciencia bautizada como 'atlantología'. Más de veinte años de investigación, que como tal ha sido modélica aunque las autoridades no hayan hecho sus deberes, especialmente en lo que se refiere a la puesta en valor de las parcelas que se destinaron a ese fin, pueden quedar reducidos a cenizas por una estrafalaria, inconsistente o, incluso, falsaria 'opinión'. Y en ciencia no existen opiniones. Los arqueólogos no opinan sobre el pasado, construyen hipótesis a partir de una información fosilizada en la tierra. Y cuando tienen las evidencias suficientes las convierten en tesis hasta que nueva información modifique o incluso revoque las anteriores conclusiones. Ese es el método científico.

Pero vayamos a la Atlántida: Platón (427-347 a.n.e.) al escribir sus Diálogos de Critias y de Timeo, pretendía exponer sus críticas posiciones político-filosóficas sobre el Estado Ateniense. El personaje central del relato, al que Platón parece tener en alta estima, explica a Sócrates el fabuloso mundo de la Atlántida. Se trata de Critias, un oligarca ateniense, responsable de asesinatos y deportación de ciudadanos de su propia ciudad, al que Filostrato llamó «el mayor malvado de todos los hombres», tirano depravado que para Platón fue un hombre refinado, un aristócrata distinguido. Con estos principios Platón construye su universo ideal, una sociedad donde los campesinos y artesanos trabajaban, los guerreros vigilaban y los gobernantes-aristócratas tomaban sabias decisiones en beneficio de la comunidad. En realidad, su modelo de sociedad ideal sería similar al de Esparta, muy alejado del que tenía Atenas en el momento mismo del nacimiento del filósofo, herencia principal del recién fallecido Pericles (429 a.n.e.). Y de ahí nace el mito de la Atlántida, según algunos investigadores una metáfora del imperio Aqueménida con el que los griegos habían mantenido un largo y doloroso enfrentamiento. La Atlántida habría sido un fabuloso reino donde la virtud, el sentido de la justicia y la sabiduría de sus gobernantes, habrían creado un continente ideal, que sólo los dioses, enojados por la soberbia que con el tiempo caracterizaron a la monarquía atlante, habrían truncado mediante una gigante y catastrófica ola.

El filósofo, que creaba el mito para defender su filosofía política, describió ampliamente el lugar como si de un escenario real se tratase, una enorme isla, en realidad un continente, una metáfora narrada como si de una historia verdadera se tratara: A Critias se la contó su padre, que la escuchó de Solón, y que se remontaba a los orígenes del universo griego, unos nueve mil años antes de Platón ¡En el Mesolítico! Las cronologías obtenidas para las estructuras de los fosos de Marroquíes, con metodología científica (C14), cifran su origen, fosos 0 y 1, en torno al 2800 a.n.e., más de seis mil años después de la supuesta destrucción del mítico continente. Es decir los atlantes, en su caso, estarían todos muy calvos antes de la construcción del extraordinario, magnífico, espectacular, asentamiento Calcolítico de Jaén.

El origen

Efectivamente y ahí estoy de acuerdo con Georgeos Díaz-Montexano, un espacio verdaderamente excepcional, digno de recibir mucha más atención de la que se le dio una vez realizadas las excavaciones arqueológicas. Tan excepcional que no necesita de florituras literarias ni su identificación con el universo mitológico atlantista. Marroquíes está en el origen de lo que somos los hombres y mujeres que habitamos esta tierra. Esa sí es nuestra identidad y no la fabulosa leyenda de un reino de atlantes aristocráticos y antidemocráticos al gusto platónico; en Jaén tenemos una historia repleta de momentos álgidos que deberían servir para aumentar nuestra autoestima como pueblo, sin necesidad de recurrir a absurdos inventos formulados no está claro con qué propósito, salvo el de vender exclusivas en los medios de comunicación.

Ese mensaje debería calar entre nuestros políticos, que en su mayoría han ignorado el patrimonio histórico de la ciudad. Un sencillo ejemplo: Yo llevo treinta y seis años investigando en el oppidum ibero de Puente tablas; ¿saben cuantos alcaldes(a) de Jaén han mostrado su interés por el sitio? ¿Cuántos han preguntado o solicitado información sobre uno de los asentamientos más emblemáticos, conocidos y publicitados de la provincia? Ninguno.

Ahora vienen unos freelance, con el pedigrí de un medio de difusión internacional y se les hace el culo agua y se plantean hasta revisar las licencias de obra en el lugar, en vez de suspender, en interés general, ese sí, urgente y objetivo, la licencia de obras de la cantera de la Fuente de la Peña, por ejemplo. Pero como lo dicen desde fuera hay que darles más crédito que a las docenas de arqueólogos que han trabajado en Marroquíes Bajos. Por otro lado, en muchos ciudadanos, verdaderamente interesados en el patrimonio de la ciudad, se ha creado la ilusión de que esta situación puede ayudar a defender ese patrimonio. «Bueno -dicen- es una barbaridad, pero puede contribuir a proteger nuestra historia» ¡No! Junta y Ayuntamiento deberían establecer los mecanismos para la puesta en valor del Marroquíes, para el uso social, también como recurso económico, de ese extraordinario patrimonio. Pero de la fábula no puede surgir nada bueno. No podemos resolver nuestros problemas con la falsedad, con la mentira. No a cualquier precio.

viernes, 17 de marzo de 2017

¿CÓMO TRABAJAR EN LA ENSEÑANZA DEL PATRIMONIO CULTURAL Y SU GESTIÓN?


Aquí no hay más remedio que resaltar la diferencia que existe entre la difusión o la enseñanza de los caracteres históricos y artísticos de los bienes culturales, y la difusión o la enseñanza de sus mecanismos de gestión. Se trata de dos mundos muy separados en la actualidad.

El primero existe: el profesorado de la mayoría de las áreas universitarias de Humanidades «enseña» bienes culturales, ya se trate de asignaturas sobre historia del arte barroco, sobre arqueología clásica o sobre historia de la Revolución francesa.

El segundo no: la Gestión del Patrimonio Cultural no es un «área de conocimiento» universitario, y las asignaturas que la tratan son escasas, proceden de distintos Departamentos y Áreas y presentan una distribución realmente caprichosa.

Lo mismo podemos decir de las enseñanzas obligatorias y del bachillerato: por supuesto, muchas de las personas que trabajan en esas áreas, enseñando Humanidades o Sociales, o incluso Conocimiento del Medio, «tratan» de una forma u otra con los bienes culturales –y, por supuesto, con los naturales–. En la mayoría de las ocasiones, si no en todas, se enseña la belleza, el valor histórico, las características artísticas y el aprecio que hay que tener ante un monumento, un cuadro o incluso un yacimiento arqueológico. Pero también en la mayoría de las ocasiones los aspectos patrimoniales, los mecanismos de gestión, la responsabilidad de la protección de todos esos bienes son temas que no se tratan.

Por lo tanto, a la pregunta que encabeza este apartado, la respuesta es realmente simple: se trabaja en esto dedicándose a la enseñanza de las Humanidades y modificando muy ligeramente lo que se enseña. Además del monumento, expliquemos cómo se protege; además del cuadro artístico, esa obra ante la que podemos sentir orgullo, enseñemos cuáles son las administraciones responsables de su cuidado y qué hacen o deben hacer al respecto. Además de visitar un yacimiento arqueológico mientras se está excavando y explicar a qué época pertenece y qué significan esos muros, esas estructuras y esas cerámicas, contemos que esos bienes son propiedades públicas, que son, por lo tanto, de todas las personas, que las administraciones se cuidan mucho de dar autorizaciones a los equipos más preparados y de imponerles una buena cantidad de condiciones para que esos bienes nuestros lo sigan siendo. No es tan difícil.

Las publicaciones sobre el tema de la enseñanza de la Gestión del Patrimonio Cultural son muy escasas, aunque a veces podemos encontrar algunas sorprendentes por lo apropiadas. Es el caso, por ejemplo, de Ortega Morales (2003), que se propone, en su trabajo con el alumnado de Magisterio, los cinco objetivos:
  • Crear actitudes y procedimientos de respeto y estimulación hacia la exposición, ya sea temporal o permanente.
  • Conocer, cuidar y conservar las manifestaciones artísticas como un bien cultural e histórico.
  • Adquirir posiciones críticas frente a todo tipo de Patrimonio.
  • Dotar de una instrumentación para que haga viable la enseñanza-aprendizaje del Patrimonio en el aula.
  • Valorar la creación artística mediante el análisis y reflexión sobre la misma.
Por lo que respecta a la enseñanza especializada, a nivel universitario, las publicaciones resultan aún más escasas. Un ejemplo excepcional es Garcerán (2001).

Pero, como muy bien indica la página web de la Asociación de Gestoras y Gestores del Patrimonio Cultural:

"Esta tensión entre la explotación de nuestro Patrimonio como recurso económico, por un lado, y nuestra responsabilidad moral hacia su preservación para el futuro, por otro, es sólo uno de entre una multitud de temas preocupantes y susceptibles de debate social que se podrían citar. Y ello lleva a la conclusión de que la confluencia de tantos y tan complejos aspectos sobre el hecho cultural de nuestro Patrimonio, lejos de todo criterio voluntarista o amateur, hace imprescindible una gestión profesionalizada del mismo."

Son palabras que, lógicamente, se pueden aplicar a esta área concreta de la gestión que acabamos de explicar, la difusión. Sin duda, en el futuro, y no muy lejano, existirá la Gestión del Patrimonio Cultural como materia específica en las escuelas, institutos y universidades, se creará un nuevo perfil profesional y nuevos puestos de trabajo.

El texto de esta entrada es un fragmento del libro Manual de gestión del Patrimonio Cultural de María Ángeles Querol

Mª Ángeles Querol es catedrática de Prehistoria en la Universidad Complutense de Madrid. Ha desempeñado algunos cargos como el de Subdirectora General de Arqueología en el Ministerio de Cultura o Presidenta de la Comisión Andaluza de Arqueología. Su investigación se desarrolla en torno a tres temas: los orígenes humanos –con obras como “Adán y Darwin”-, la arqueología feminista –con “La mujer en el Origen del Hombre”, junto a Consuelo Triviño- y la Gestión del Patrimonio Arqueológico –con el libro del mismo título escrito con Belén Martínez Díaz-.

Desde hace más de 10 años se ocupa de la docencia de la asignatura Gestión del Patrimonio Cultural para la licenciatura o grado de Historia. Este libro, claramente dedicado a su alumnado, profundiza en esa experiencia.

LEYES, LÍOS Y AYES

Josep Vicent Lerma
Levante-EMV 17 de marzo de 2017


El acuerdo del pasado día 2 de marzo en la Comisión de Cultura de les Corts Valencians, de la mano del diputado y radiofónico escritor Fernando Delgado, para modificar la espuria ley del Partido Popular del Patrimonio Cultural Valenciano (LPCV) (Ley 4/98) o enésimo parcheo de su abollado articulado y la aprobación apenas unos días antes del documento del Consell Valencià de Cultura en el que se comunica a sensu contrario a la Dirección General de Cultura y Patrimonio autonómica que literalmente «per tot el que s´ha exposat, considerem convenient que es redacte una nova Llei del Patrimoni», evidencian bien a las claras una preocupante descoordinación de la acción política del Govern del Botànic en esta materia tradicionalmente vital para la izquierda valenciana, que nos ha hecho recordar fatalmente el machacón estribillo «¡ Ay, qué dolor!», de la mítica canción de los Chunguitos de 1978.

Porque si finalmente las modificaciones instrumentales de la ominosa etapa de gobiernos populares de 2004 y 2007, encarriladas sin tapujos a facilitar el sventramento del Cabanyal o la reconstrucción historicista del impostado templo espiritual de los valencianos de la Valldigna –de las que ya nos ocupamos en su día en nuestros artículos de opinión La reforma de la Ley de Patrimonio Cultural o la excepción valenciana (Levante-EMV, 21-11-2004) o Sísifo o la contrarreforma de la ley de patrimonio cultural valenciano (Levante-EMV, 25-02-2007)– no han sido óbice para que las administraciones públicas competentes consientan y pasen por las recientes trapisondas necrofílicas de los Trénor en su finca del monasterio de Sant Jeroni de Cotalba (Alfauir, la Safor), glosadas a su vez en El gen literario valenciano (Levante-EMV, 30-11-2016) o la impune salida fuera del territorio valenciano de piezas fundamentales de nuestro acervo cultural, como el gran retrato pintado sobre un magnífico pavimento de azulejos del mocadoret del caballero de nuestra orden nacional de Montesa, Felipe Vives de Canyamás i Mompalau. Obra señera del pintor barroco Jacinto de Espinosa de 1634, ahora puesta en pública almoneda en la feria anticuaria de Maasctricht, sin impedimentos de la Junta de Valoración y Exportación del Ministerio de Cultura, no obstante su parentesco estilístico con la imagen pictórica del lugarteniente general de esta misma orden militar valenciana, Joan Ferrer, utilizada como ilustración gráfica del antológico libro de Manuel Sanchis Guarner, La Ciutat de València (1972).

Tampoco los penúltimos remiendos normativos –colados de matute por la directora general Carmen Amoraga en la Ley 10/2015 de Acompañamiento de Presupuestos, en su Capítulo XIV de nuevo zurcido de la LPCV, artículo 72 referente al uso de detectores y otros instrumentos de análoga naturaleza– parecen haber servido para atajar de raíz episodios sonrojantes para el patrimonio histórico valenciano, como el de la presencia el pasado mes de febrero de dos presuntos expoliadores, con traje de neopreno y equipo de detección de metales profesional, provistos de licencia genérica de uso en playas valencianas, en los arenales de la Marineta Cassiana de Dénia. Enclave privilegiado del litoral de la Marina Alta que acredita en su haber, nada más y nada menos, que cuatro fichas del inventario de yacimientos arqueológicos subacuáticos de la Comunitat Valenciana.

Por consiguiente, y a modo de coda final, una vez constatado el fracaso de casi dos décadas de aplicación del buenismo neoliberal de la Ley 4/98, ya pregonado en el preámbulo de la misma «de que sin la colaboración de la sociedad en la conservación del patrimonio cultural, en su gran mayoría de titularidad privada, la acción pública está abocada al fracaso por falta de medios suficientes?» (sic), a estas alturas de la legislatura, debería resultar evidente para los actuales gestores del legado cultural de los valencianos la recomendación del Consell Valencià de Cultura de clausurar a perpetuidad la desastrosa política de composturas legislativas discrecionales, seguida hasta ahora e iniciar la redacción de una inaplazable futura Ley del Patrimonio Histórico Valenciano (LPHV), financiada realmente con el 1 % del capítulo de inversiones en obras públicas de los presupuestos de la Generalitat Valenciana o con la aplicación de una ecotasa o tasa turística, que refuerce las políticas públicas en este sector y garantice la preservación de la memoria cultural del pueblo valenciano, dando ajustada respuesta a los retos y amenazas incipientes del siglo XXI, como el turismo urbano depredador o la irrupción de una inédita plétora de fundaciones culturales privadas y mecenas nuevos ricos, beneficiarios de la brecha social abierta por el crash de 2008, a los que las administraciones públicas están llamadas en una fecha no demasiado lejana a sentar su mano pródiga.

domingo, 12 de marzo de 2017

EN BUSCA DEL GEN LITERARIO VALENCIANO

Medallon heraldico. Sant Jeroni de Cotalba
Josep Vicent Lerma
Levante-EMV, 30 de diciembre de 2016


Al hilo de un reciente artículo de V. García Devís  "El nostre ADN literari, al descobert", publicado en la histórica revista de Eliseu Climent, y cuando pensábamos que ya estábamos colectivamente curados del espanto de nuevas rebuscas necrofílicas de huesos vetustos como los del escribano de ración de los Reyes Católicos Luis Santángel, emprendida inútilmente en diciembre de 1993 en el convento de la Trinidad de Valencia por la inefable edil regionalista Lola García Broch, con el concurso de su guardia de corps formada por del entonces letrado Vicente Giner Boira y del secesionista Juan García Santandreu. Cambalache mediático del que dimos oportuna cuenta en nuestro artículo de opinión publicado en estas mismas páginas "La fabulosa búsqueda de los huesos de Santángel" (Levante-EMV, 31-08-2008) venimos ahora en conocimiento inesperado del sorprendente anuncio de la exhumación nada menos que de los restos mortales de Pere March (1336-1413) e Isabel Martorell (+ 1439), padre y esposa respectivamente de nuestro poeta nacional Ausiàs March, en dependencias del monasterio propiedad de la familia Trénor de Sant Jeroni de Cotalba (Alfauir, la Safor).

Dicho descubrimiento, al margen de los análisis correspondientes que se destilarán oportunamente tras su pregonada presentación en noviembre, no deja de tener hic et nunc unos rasgos curiosamente miméticos de la cuestionada apertura institucional por parte de la Generalitat catalana de la tumba real de Pedro III el Grande en otro monasterio, el cisterciense de Santes Creus (Tarragona), evento que igualmente fue objeto de nuestra atención en el artículo "Reyes, tumbas y sabios" (Levante-EMV, 28-09-2010), donde ya observábamos entonces como en lo que respecta al Derecho Canónico y a la profanación de sepulturas cristianas, los preceptos católicos resultan particularmente coercitivos, prescribiendo que son lugares sacros y objeto de bendición (can. 1205, § 1), sujetos a idénticas normas que las que rigen para los templos consagrados (can. 1207). Así como que desde una óptica propia únicamente de la razón laica, este tipo de exhumaciones tan solo serían deontológica y éticamente legítimas en sus medios, en tanto en cuanto diesen necesaria respuesta al aforismo que siempre citamos «Mortui viventes docent». Esto es, en la justa medida en que estas pesquisas forenses respondan a la urgencia real de unas amenazas inmediatas de expolio o destrucción del patrimonio arqueológico, o bien sean completamente indispensables para la reconstrucción académica de nuestro devenir histórico común.

Por todo ello, nuestras autoridades competentes en materia de patrimonio cultural harían bien en no autorizar ni dar pábulo a nuevas aventuras arqueológicas no suficientemente fundamentadas o al albur de iniciativas particulares de amargo recuerdo como la propiciada por el infausto matrimonio Lemieux, objeto en su día de la oportuna crítica editorial de Levante-EMV, de la mano del periodista Julio Monreal en la magistral crónica Cultura autorizó la excavación de tumbas en la Trinidad aunque faltaba base científica (Levante-EMV, 23-12-1993). ¿O es que acaso, en definitiva, nuestros letraheridos March, Joan Roís de Corella, Jaume Roig, etcétera, necesitaron cinco siglos atrás de un gen identitario diferencial para crear nuestra literatura del Siglo de Oro?

martes, 7 de marzo de 2017

VIGILANCIA MARÍTIMA Y PROTECCIÓN LITORAL EN LA ANTIGÜEDAD TARDÍA


Can Blai © Museu Arqueològic d'Eivissa i Formentera
Journées d'étude : La surveillance des mers et les systèmes de protection littorale durant l'Antiquité Tardive

2-3 mars 2017

Programme

La fin des interventions de terrain sur le fortin de surveillance maritime de Can Blai (Formentera, Iles Baléares) permet une réflexion sur la fonctionnalité et le cadre où a eu lieu l’apparition de ce dispositif militaire des premières décennies du IVe siècle ap. J.-C. Après la présentation des principaux résultats des recherches menées sur le castellum de Can Blai, les journées d’étude seront consacrées aux questions de défense militaire en Hispanie et de surveillance maritime en Méditerranée, ainsi qu’aux exemples plus éloignés du Litus Saxonicum et de la mer Rouge.

Résumés

Raymond Brulet: Litus Saxonicum

La Notitia Dignitatum, datant de la fin du IVe siècle ou du début du Ve siècle, mentionne l’existence d’un littoral dénommé « saxon » qui s’applique tant à l’île (Not. Dign. Occ. 28) qu’à la façade continentale (Not. Dign. Occ. 37-38) et énumère les contingents et les fortifications qu’ils occupent au sein d’un dispositif militaire spécifique adapté à la défense concomitante des deux rivages de la Mer du Nord. Il s’agit donc d’un système mis en place à la fois pour la défense des côtes, la protection des ports et des embouchures de rivières et la surveillance du trafic maritime.

Ce dispositif a évolué dans le temps, comme d’ailleurs les objectifs poursuivis. Le développement de la flotte militaire a été provoqué par les dommages occasionnés par le piratage en mer, très répandu à partir de la fin du IIIe siècle, ensuite pour servir les intérêts des auteurs d’une sécession à l’Empire, Carausius et Allectus. Enfin, au IVe siècle, l’expansion maritime des Francs et des Saxons, bien attestée sur les littoraux continentaux, exigera une réponse plus organisée de la part du commandement militaire.

Katia Schörle: Surveillance militaire et sécurité des routes de la mer Rouge du 1er au 3ème siècle ap. J.-C.

“[Traianus] In mari Rubro classem instituit, ut per eam Indiae fines vastaret”[1]

Lorsqu’au quatrième siècle Eutrope, dans son Abrégé d’Histoire, mentionne l’institution d’une flotte militaire en Mer Rouge sous Trajan, nous sommes déjà loin de l’époque florissante du commerce entre Rome et l’Inde, lorsque vins précieux, poivre, ou encens transitaient par l’Egypte et ses ports maritimes. Nous savons aujourd’hui que les sommes investies dans ce commerce, parfois de l’ordre de plusieurs millions de sesterces, étaient colossales. Que faisait l’Etat, s’il le faisait, pour assurer la sécurité de ce commerce également fortement taxé, et comment s’organisait la surveillance du littoral de la Mer Rouge durant l’Antiquité ? Cette intervention reprendra l’état de nos connaissances sur le rôle et la présence militaire romaine en Mer Rouge entre le premier et troisième siècle après J.-C.

[1] Eutropius, Breviarium, 8, 3.

Javier Arce: L’armée romaine dans la Dioecesis Hispaniarum

Dans la Notitia Dignitatum, qui est le principal et pratiquement l’unique document que nous possédions pour connaître la composition de l’armée romaine aux IVe et Ve siècles, il n’est fait mention d’absolument aucune catégorie de troupes dans les Insulae Baleares (Îles Baléares). Néanmoins, il y avait peut-être dans la Péninsule Ibérique (et dans les îles) des détachements chargés de surveiller les chemins, tout comme dans l’« entourage » du vicarius et des gouverneurs. À première vue, les turres ou burgi qui sont attestés sur le territoire pourraient avoir servi à la défense et la surveillance militaire. Cependant, comme on l’a démontré dans beaucoup d’autres cas et comme l’attestent expressément des inscriptions, et comme cela a été spécialement bien étudié dans le cas de la Grèce, un grand nombre de ces turres ont pour fonction d’être des dépôts agricoles d’une propriété, destinés au stockage et à servir de lieu d’habitation des esclaves et des colons qui travaillaient dans l’agriculture du territoire. Le cas de la turris découverte à Can Blai pourrait en être un exemple.

Ricardo González Villaescusa: Formentera et la surveillance du Balearicum Mare au début du IVe siècle ap. J.-C.


Le fortin de Can Blai fait partie d’un système de surveillance maritime avec le site de Sa Muradeta à Formentera. On abordera la discussion de la chronologie et fonctionnement simultané de ces deux sites et sa possible interprétation historique dans les mouvementées premières années du IVe siècle ap. J.-C.