sábado, 30 de enero de 2010

PLAVDITE CIVES

Josep Vicent Lerma
Ricardo González Villaescusa


Plaudite ciues. "Aplaudid, ciudadanos". Frase con que los actores romanos invitaban al público a que festejaran y aplaudieran la representación que acababa de terminar. Son las reflexiones de dos arqueólogos, Josep Vicent Lerma y Ricardo González Villaescusa, sobre la política científica, la gestión del patrimonio en general y el arqueológico en particular desde 1993 y con especial atención a Valencia ciudad y país.

Abrimos este blog con dos artículos que distan 17 años sobre sendas jornadas sobre la gestión de la arqueología con la intención de incluir toda la producción colectiva e individual de ambos autores. Siempre hemos optado por el medio periodístico para expresarnos por su demostrado potencial de creación de opinión y pretendemos seguir haciéndolo, pues este medio, el blog, no será otra cosa que el fiel reflejo de lo que sigamos publicando en prensa. Por la misma razón no es un blog abierto a los comentarios y opiniones del público, la “arena” de la discusión seguirá siendo los medios de comunicación donde expongamos nuestras ideas.

El corpus inicial está compuesto por treinta y seis artículos ya publicados que suponen el contenido histórico a partir del cual tendrán entrada nuevas visiones sobre el patrimonio, el territorio y la arqueología. Todos los textos han sido publicados en papel impreso y se encontraban dispersos entre recortes amarillentos y portales como e-valencia al que hemos venido enviando puntualmente los artículos. Durante algún tiempo nuestras reflexiones también fueron una de las voces analíticas que reflexionaban públicamente sobre el patrimonio y el territorio desde el colectivo Terra Crítica en cuya web todavía pueden encontrarse algunos de nuestros textos.

Ante la sugerencia, tiempo atrás, que nos hicieron algunos colegas de recopilar y editar ese material disperso, pensamos que tenía difícil cabida en una edición papel y que el mejor medio, más dinámico y, por qué no decirlo, más cool, era un blog. Una vez incluidos todos los archivos históricos en línea, y tras este texto de carácter editorial, pretendemos centrarnos, en la medida de lo posible, en la disección crítica de la actualidad del patrimonio cultural y la gestión de la arqueología, pero aquí y ahora es el momento de hacer balance.

Como apuntábamos más arriba, diecisiete años separan más de tres docenas de artículos periodísticos y si hay que escoger una palabra para describir el arqueo de nuestro legado cultural a la luz de las opiniones vertidas entonces y ahora, la sensación que domina es la de una cierta involución no sólo en la gestión de la arqueología y del patrimonio sino también una cierta involucion en el rigor de los procedimientos concernidos por la práctica arqueologica.

Si bien, se impone admitir que, en términos generales, los restos arqueológicos y el patrimonio histórico obtienen más atención mediática y social que en los años 80 del siglo pasado, que existen marcos legales, sean éstos de nuestro mayor o menor agrado. A pesar de que los presupuestos de la Generalitat Valenciana siguen congelados mecánicamente en torno a los mismos 200.000 euros anuales el patrimonio obtiene más dinero que antaño, eso sí drenado en incalculable cuantía de las arcas de los promotores privados, meros transmisores de una onerosa carga impositiva finalista recayente en el consumidor. Sin embargo, y a pesar de todo ello, la realidad es globalmente desalentadora ante la primacía del monocultivo inmobiliario mediterráneo, que impone su propia lógica especulativa depredadora del territorio. La caída de las intervenciones arqueológicas en el momento actual de crisis inmobiliaria confirma lo que hemos intentado explicar a lo largo de estos años: el interés por el patrimonio no puede estar sometido a los avatares del mercado.

Dejamos a criterio del lector juzgar la coherencia del discurso desplegado en estos más de tres lustros, pero sí cabe constatar que hemos sido lisonjeramente sorprendidos al releer las anticipadas peticiones de sólidos marcos legales en nuestros escritos, con la petición implícita entonces de que se aplicara la Convención de Malta de (1992) y verificar cómo la Ley 4/98 de Patrimonio Cultural Valenciano acabó adoptando la fórmula de financiación de acuerdo con el principio de “quien destruye el patrimonio paga”. Devenida hoy espuriamente “quien paga…. gestiona”, ante la pasividad de la administración competente.

Igualmente recalcitrante, salvo honrosas excepciones, resulta la sistemática falta de publicación de resultados de las intervenciones arqueológicas autorizadas, lo que vacía de contenido una arqueología crítica, entendida ésta como “una ciencia no neutra frente a la situación de nuestro mundo presente” formulada por Víctor Fernández (Una arqueología crítica. Ciencia, ética y política en la construcción del pasado. Barcelona, 2006.).

También se han ido quedando por el camino la inexcusable identidad de medios y fines científicos de la arqueología "científica" y la de "urgencia" o la falta de respuestas a las cuestiones más trascendentales para la investigación de la historia de nuestras ciudades, alumbrándose un escenario patrimonial de praxis meramente administrativa, a la postre inserta en las leyes del mercado.

En la tesitura de que tuviéramos que evaluar la hipotética proyección pública de estos contumaces notarios de la realidad, podría aseverarse que, más allá de exasperar por algunas horas a tirios y troyanos y hacer desayunar algunos sapos matutinos a los contingentes responsables del patrimonio cultural valenciano y adláteres obsecuentes, la misma ha resultado en buena lógica generalmente liviana, si bien tal veredicto no está sino en manos de los abnegados lectores.

Por tanto, como advertíamos en el inicio, que el público, plebeyo o patricio, juzgue: “ergo… Plaudite Ciues”.

ECONOMÍA DEL CONOCIMIENTO O CONOCIMIENTO DE LA ECONOMÍA

Ricardo González Villaescusa

 Apuntes de Ciencia y Tecnología nº 29, Diciembre 2008, p. 8.
 
Intervención (más o menos fiel) como representante de la AACTE en la mesa redonda «Économie de la Connaissance ou la connaissance de l'Économie?» de l’Université d'Automne de Sauvons la Recherche (octubre, 2008).
   
El nobel Albert Fert en la Universidad de Otoño (2008)

“Soy arqueólogo, poco útil a la sociedad en términos de rentabilidad. A las ciencias humanas y sociales se nos exige en estos momentos de cambio y de crisis que seamos útiles. El propio presidente Sarkozy exponía en la picota durante su campaña electoral, como ejemplo de la escasa rentabilidad de la universidad, a los profesores de latín o griego. Yo, por mi parte, les invito a hacer una reflexión.

Piensen en la profunda transformación demográfica y en el aumento de la calidad de vida que significaron los indudables avances médicos y farmacéuticos. Mi padre tiene un cristalino cambiado y ve estupendamente, mi madre se realiza análisis diarios de su tasa de glucemia en sangre. Prevén la enfermedad y prolongan su esperanza de vida además de vivir pudiendo leer y ver lo que les rodea. Los avances en medicina y farmacia son indudablemente útiles a la sociedad, pero se trata precisamente de eso, de sociedad. Si bien es cierto que esos avances alcanzan a amplias capas de las clases medias, no es menos cierto que llega a amplias capas de clases medias sólo del mundo desarrollado, de los países ricos. No llega ni a toda la sociedad ni, mucho menos aún, a la inmensa mayoría de la sociedad mundial. Si hoy en día una pequeña parte de la humanidad disfruta de los privilegios a los que aludía anteriormente, de los que gozan mis padres, es porque existen científicos sociales.

Pondré algunos ejemplos que incumben a todo el espectro ideológico de la ciencia social: A. Smith, K. Marx*, F. Engels, M. Weber o J. M. Keynes. Cuando el Ministerio de Educación Superior y de Investigación francés pide a los que solicitamos proyectos de investigación en ciencias humanas y sociales si la investigación va a producir patentes apetece responder, simplemente, que no. Imaginen por un momento si la difusión de ideas que significaron las aportaciones de los investigadores citados, escritas en libros, en sus lenguas maternas (y no necesariamente en inglés y en artículos de revistas de impacto), hubieran sido objeto de depósito de una patente. ¿Se imaginan por un momento que las asociaciones, sindicatos y partidos políticos de todo signo tuvieran que pagar derechos de autor o patentes? ¿Todo el mundo asociativo, reivindicativo o sindical pagando en estos momentos a los descendientes con apellidos ilustres como Marx o Weber? No sólo iría en contra de los principios de los mismos autores sino que además es absurdo. Y de eso se trata, de una demostración ad absurdum.

Si valoramos los avances en medicina o farmacia (con pagos de patentes) cómo debemos valorar a los promotores de las ideas que han cambiado la faz de una parte del mundo. Los usuarios o clientes de las ideas que han generado una amplia clase media en el primer mundo no han pagado un céntimo (aunque sí en costes sociales) por beneficiarse de la razón ontológica que les permite acceder (previo pago) a los medicamentos y servicios sanitarios. Nada pueden hacer los medicamentos y avances sanitarios por los dos millones de niños (mayoritariamente del tercer mundo) afectados por la pandemia del SIDA si el conjunto de la sociedad no acepta conceptos sociales básicos como intervencionismo económico, redistribución social, discriminación positiva o participación ciudadana, todos ellos “inventos” de científicos sociales. Nada que ver con el rendimiento a corto plazo.”

Tras esta introducción, la intervención recordó la evolución reciente de la investigación española, los principales hitos, leyes y reformas en nuestro país a partir de los datos divulgados por la revista de la AACTE Apuntes de Ciencia y Tecnología.

*K. Marx defendió una tesis doctoral de título tan poco atractivo como "inútil", redactada en griego antiguo: Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro.

UNA DISCIPLINA DENOMINADA ARQUEOLOGÍA DEL PAISAJE

Ricardo González Villaescusa


Resumen: Se pretende dar a conocer a un público no especializado la existencia y la utilidad que tiene la Arqueología del Paisaje en una época en que la destrucción de los paisajes está a la orden del día por la creación de nuevas infraestructuras y por un urbanismo depredador que dispara todas las alarmas de las instituciones y de la sociedad civil. Se da una visión general de las dos prácticas que con idéntica denominación pero diferentes métodos y aproximaciones se realizan en nuestro país. Finalmente, se pone de manifiesto el gran potencial aplicado que tienen ambas líneas de investigación.

Viñeta de Máximo: El País, 8 de abril de 2006

viernes, 29 de enero de 2010

QUE CATORCE AÑOS NO ES NADA...

Ricardo González Villaescusa

Versión castellana y parcial de la introducción a la publicación: Ricardo Gonzalez Villaescusa, Elsa Pacheco Cardona, Can Fita, onze segles d'un assentament rural de l'antigüitat ebusitana (segle IV aC - segle VII dC), Ibiza: Consell insular d'Eivissa i Formentera, 2002.

Catorce años han pasado de las excavaciones realizadas en can Fita, hoy urbanización El Bonsai. Era el final de una década que había conocido el auge del interés social por la arqueología de urgencia, de los servicios arqueológicos municipales y de nuestras ciudades “ocupadas” por los arqueólogos. Pero ese final de la década y el principio de la que ahora empieza conocería peores momentos y la arqueología de urgencia empezaba a ser percibida como algo molesto que iba en contra del progreso de las ciudades y de la sociedad en general, en una clara anticipación al “pensamiento único” de finales de los ‘90. En Valencia las excavaciones del Palacio Real quedaban descubiertas tras la finalización de los trabajos arqueológicos, colapsando buena parte de la ciudad durante tres años, mientras algunos políticos se debatían en interminables discusiones completamente ajenas a la realidad científica. En Ibiza los sucesos de can Partit eran demasiado recientes como para que no advertir una fuerte tensión en el ambiente, incluso entre los propios arqueólogos. Yo, entonces, no lo veía tan claro, hoy sí. Sin embargo entre todos conseguimos aliviar y encontrar en cada momento las mejores soluciones que creímos para lo que entendíamos era nuestro objetivo final: preservar una parte de la historia ibicenca, una parte de la historia universal en definitiva.

Los constructores financiaron una parte del coste de las excavaciones de urgencia que se realizaron en can Fita, lo que agradecemos profundamente pues hizo nuestra labor mucho más fácil, premonizando lo que hoy es una realidad aconsejada por el texto de la Carta de Malta y lo que hoy ya es una obligación en algunas leyes de Patrimonio de las comunidades autónomas. Hoy se amplía a la arqueología el principio que preside la preservación del medio ambiente: “el que destruye, paga”.

Sin embargo, con el paso del tiempo, especialmente cuando hemos intentado estudiar la documentación resultante de la excavación, he sido consciente de que los medios de que dispusimos no fueron suficientes. La gran imbricación de las numerosas fases que configuraron el asentamiento de can Fita exigía más tiempo en contacto con los restos o, en su defecto, de más medios humanos. Como es obvio e inherente a nuestro método de trabajo, que no ofrece la realidad hasta que es desenterrada, fuimos conscientes de la dimensión y complejidad del yacimiento cuando estaban muy avanzados los trabajos arqueológicos. No obstante conseguimos acumular suficiente información de calidad para intentar un ensayo interpretativo de lo que fue la evolución del asentamiento de can Fita a lo largo de once siglos. Espero que el lector aprecie el esfuerzo realizado tanto en el trabajo de campo como en el laboratorio.

También he sido consciente de que la excavación de can Fita marcó en gran medida mi evolución profesional. Tras su finalización pensé que no resultaba fácil conjugar el interés científico y la llamada arqueología de gestión o de urgencia, con el resultado de no haber vuelto a dirigir excavaciones. Mi predilección por la investigación, por la publicación de resultados y el deseo de acceder a la información arqueológica con la misma libertad que tienen los colegas medievalistas para consultar legajos, uno tras otro, sin que ello signifique un sinfín de procesos burocráticos y otro sinfín de llamadas personales para poder consultarlos; fueron razones que me condujeron a optar por la arqueología espacial primero y del paisaje más tarde. En el camino también se quedó un proyecto de tesis sobre Ebusus romana que aún considero de imprescindible realización para comprender los procesos de romanización y las pervivencias del substrato indígena de la civilización que resultó perdedora de las guerras púnicas; Ibiza ofrece un marco ideal para analizar estos procesos. Felizmente, el trabajo emprendido no se quedó en nada y buena parte de mis publicaciones son sobre Ibiza y Formentera romanas, islas a las que estoy vinculado profesionalmente y personalmente desde 1982.

Pero en este viaje “iniciático”, con ocasión del estudio realizado para esta ocasión, y de la experiencia profesional adquirida en Francia -mi segundo país- donde arqueólogos del terreno y arqueólogos del paisaje intercambian constantemente información para conseguir generar síntesis arqueológicas aceptables, he regresado, cual hijo pródigo, al interés por el terreno y a maximizar la riqueza de la información procedente de la excavación.

Por aquellos mismos años (finales de los ’80) el interés oficial en toda España y las comunidades autónomas que ya tenían competencias al respecto se decantó por las célebres cartas arqueológicas que se creía, entonces, iban a resolver los problemas de la arqueología de gestión. El tiempo, con su inexorable paso, también se ha encargado de desmentir tan loable propósito. Entonces se creyó que la arqueología de gestión mejoraría con la confección de un plano donde se dispersaran los puntos de interés arqueológico conocidos hasta el momento. Eso fue un paso, aunque insuficiente. Hoy sabemos que gracias a la arqueología del paisaje, a la arqueología espacial y a esa poderosa herramienta que son los Sistemas de Información Geográfica (SIG) podemos predecir en gran medida la aparición de yacimientos en un trazado lineal como es una autopista o una línea férrea; en lugar de un estado de la cuestión, hoy podemos disponer de un plano de potencialidades arqueológicas. Adquiriendo así cuerpo una noción que acecha Europa: la arqueología preventiva, a la que deberíamos estar más atentos en nuestro país.

Pero el interés por las cartas arqueológicas fue proporcional a la paralización en todas partes de las excavaciones. Demasiadas excavaciones no publicadas era un argumento al que siempre me he adherido, pues los yacimientos no son un recurso renovable. Otra de las mejoras que trajo la ausencia de excavaciones fue la felizmente expresada por el colega Pierre Sillières a propósito del yacimiento de Belo y que intentaré reproducir: “Mucho excavar poco pensar, menos excavaciones más reflexiones”; y así, muchos nos giramos a las síntesis y a reflexionar más sobre nuestro trabajo. Sin embargo, lo que no puedo subscribir es la persistencia de una situación enquistada desde entonces: hoy, en prácticamente toda Europa, la actividad arqueológica se limita a la arqueología de urgencia, a la gestión del día a día, que, paradójicamente, es la que menos resultados ve publicarse.

La arqueología no sólo es excavación pero ésta es una gran parte, quizá la más importante. Los resultados positivos de las excavaciones nos devuelven a la realidad de nuestras síntesis y catorce años son demasiados para seguir dando vueltas a los mismos y antiguos datos. ¿Cómo podemos continuar haciendo síntesis que elucubran sobre la evolución de la ocupación rural ebusitana con tan sólo tres yacimientos excavados y publicados parcialmente (can Fita, ses Païses y can Corda) que no alcanzan a representar ni el 1% de la potencialidad arqueológica de las islas? ¿Cómo podemos resolver la legítima discusión científica que mantenemos sobre la temprana ocupación y explotación de Formentera en época púnica, o más tardía, en época altoimperial, si los datos objetivos de que disponemos proceden exclusivamente de materiales de superficie?

Se hace necesario volver a producir nueva información con una política racional que combine el interés científico de nuevas excavaciones, la urgente publicación de las viejas y la arqueología de gestión favoreciendo el intercambio de información entre todos los sectores que nunca deben ser opuestos ni etiquetarse como actividad científica y arqueología de urgencia. Todo, se quiera o no, es ciencia y solamente con criterios científicos puede llevarse adelante una excavación, sea de urgencia o con una problemática científica planteada a priori. La problemática científica que debe subyacer a las excavaciones de urgencia no sólo es la del mero valor patrimonial de lo excavado.

Lamento tener que recordar que el objetivo último de la arqueología de gestión deberia de ser la comprensión de la ocupación y gestión de un territorio a lo largo de la historia para, así, poder gestionar el territorio hoy. Una buena política hubiera consistido en una mínima -los arqueólogos necesitamos tan poco- dotación económica que facilitara el estudio de las antiguas excavaciones y la contemplación de la confección de la memoria científica en el presupuesto de los gastos de excavación; además de otorgar el carácter de documento público a los Informes Preliminares, a las Memorias Científicas producidas por la excavación arqueológica, además de los propios materiales arqueológicos, pasado un lógico tiempo prudencial que permita realizar el estudio. Hace diez años estas afirmaciones eran motivo de discusión entre quienes defendíamos tales posturas y el resto, hoy son costumbres contempladas en ocasiones por las leyes y reglamentos de países tan próximos como Francia.

La conservación parcial y exposición pública de can Fita hoy tampoco me satisface. Los restos conservados se encuentran perdidos y poco valorizados entre los edificios modernos. De hecho no se encuentra señalizada su existencia en el exterior, lo que impide saber al viandante que existen los restos de un yacimiento en el interior de la construcción turística. El objetivo, la función social última, de su conservación parcial no se cumple ya que no tiene la divulgación necesaria. Esperemos que esto pueda subsanarse pronto. De todas formas, si se quiere visitar las ruinas no hay ningún problema de acceso y la información en la recepción es suficiente y muy cortés. Creo necesario advertir que, ya una vez dentro del complejo turístico, con la publicación de este estudio la información de los paneles que acompañan al yacimiento está anticuada y necesita de una renovación. También deseamos que esto pueda subsanarse lo antes posible.

En otro orden de cosas, la publicación que tiene en las manos el lector es un documento de trabajo más que el estudio definitivo sobre el yacimiento. El tiempo transcurrido y la ausencia de una publicación, con la excepción de dos artículos parciales, nos creaba la obligación de dar una noticia de la existencia del yacimiento y de sus rasgos principales.

Creía imprescindible que la comunidad científica y la sociedad pudieran disponer de un documento donde se publicara lo esencial del yacimiento: las estructuras arquitectónicas -lo más relevante-, su estructura general y su evolución temporal; los materiales cerámicos y numismáticos aparecidos, los revestimientos púnicos y romanos, y los estudios de la malacofauna y palinología, con la finalidad de poder disponer de una herramienta de estudio de un asentamiento rural púnico y su evolución desde época púnica al final de la Antigüedad. He creído oportuno reproducir en su integridad los artículos publicados anteriormente para que el lector disponga de todo lo concerniente al yacimiento.

Junto al asentamiento de ses païses de cala d’Hort, can Fita es el único yacimiento de estas características excavado en su totalidad. Las grandes semejanzas formales y la coetaneidad casi absoluta de la vigencia de ambas instalaciones, y también sus matices y diferencias, ofrecen al investigador de la antigüedad ibicenca dos casos paralelos de instalación agrícola, publicados además, en la misma colección. Esperemos que en un futuro se multipliquen las publicaciones de gran parte de las urgencias y excavaciones ordinarias realizadas en suelo ibicenco, solventando, así, el desequilibrio existente entre la enorme información producida, fruto de excavaciones y prospecciones, y la escrita “negro sobre blanco”.

jueves, 28 de enero de 2010

LA NUEVA LEY DEL PATRIMONIO CULTURAL

Josep Vicent Lerma

Levnte-EMV, 5 de septiembre de 1997

En vísperas del trámite parlamentario de la ley del patrimonio cultural (LPCV), que ojalá esté llamada a levantar el entusiasmo de los valencianos, llega esta siempre aplazada ley al palacio de Benicarló tal vez sin el suficiente debate, necesariamente enriquecedor, de los agentes implicados en el día a día de la gestión de ese mismo patrimonio, entre los que se encuentran colectivos profesionales tan cualificados como los representados por los colegios de arquitectos o de doctores y licenciados de la Comunidad Valenciana, así como aparentemente también las propias corporaciones locales, a las que por otra parte se les encomiendan importantes responsabilidades con respecto al patrimonio cultural valenciano, fundamentalmente en sus manifestaciones urbanísticas.

Esta ley del patrimonio cultural valenciano, tras la aprobación de las específicas del País Vasco (1990) y Cataluña (1993), es el primero de los códigos autonómicos de tal género que se presenta con posterioridad al cambio político español, por lo que necesariamente ha de convertirse en un indicador privilegiado de la sensibilidad de los nuevos gobernantes hacia estas temáticas. Si bien el texto sometido próximamente a la consideración de las Cortes Valencianas tiene bastante de patchwork de documentos anteriores, parece finalmente haber dado paso a una redacción legal de corte antiintervencionista inspirada de algún modo en modelos neoliberales como el británico, que a lo largo de su articulado desgrana su apoyo a los titulares privados de obras de arte (muebles/inmuebles), al tiempo que en lo concerniente a su expolio y/o exportación remite a la ley del patrimonio histórico español (LPHE) de 1985, desconfiando en última instancia de la eficacia correctora de la imposición de cualquier tipo de sanción coercitiva por parte de la Administración autonómica.

En esa misma línea argumental, y en lo que se refiere al patrimonio arqueológico de las ciudades históricas y espacios humanizados valencianos, hace recaer la financiación de los estudios previos, excavaciones y memorias exigidos por ella en los promotores de obras o transformaciones territoriales, de acuerdo con la carta de Malta, sin apenas organismos de control científico intermedios o participación municipal en la gestión de la materia tratada, que no es otra que el legado histórico colectivo de nuestra propia sociedad y sus raíces culturales.

Asimismo, la LPCV contempla la clasificación de los bienes de interés cultural (BIC) o los bienes inventariados (BI) como inmuebles, muebles e inmateriales, lo que crea un modelo fijo, en el que difícilmente pueden tener acomodo realidades espacio-temporales de gran complejidad, como las que constituyen la propia huerta de Valencia o el palmeral de Elche, con aspectos, entre otros muchos, como el desarrollo temporal de su parcelario, la molinería hidráulica o el regadío histórico, que constituyen un patrimonio cultural específicamente valenciano, siempre amenazado por las expansiones ilimitadas de las conurbaciones metropolitanas.

Por lo demás, denota en su artículo 39 d) una mayor flexibilidad que la ley estatal, al posibilitar las reconstrucciones totales de monumentos cuando “el conocimiento documental suficiente de lo que se haya perdido lo permitan”, en tanto que la LPHE sólo autoriza la estricta anastilosis.

En su título IV dedicado a los museos y colecciones museográficas permanentes, se detecta un cierto vacío funcional, al no haber determinado sus redactores la creación de un cuerpo facultativo de conservadores, similar al adoptado en su día por la Junta de Andalucía. Pudiendo reseñarse, en general, la voluntad del legislador en este campo, contraria a la disgregación de los repertorios museísticos-muebles.

Para finalizar estas reflexiones en torno a la futura LPCV, no podemos por menos que explicitar nuestra confianza en que la elevada dotación presupuestaria necesaria para la puesta en vigor de esta ley y los organismos previstos en la misma, tales como la junta de valoración de bienes o el denominado registro de anticuarios, estimable en más de 4.000 millones de pesetas, no la convierta de facto en mero papel mojado, en la medida en que la Generalitat Valenciana consiga destinar a dicho objetivo el previsto 1% del capítulo de inversiones reales de su anual ley de presupuestos.

miércoles, 27 de enero de 2010

¿APOCALIPSI EN EL TEATRE ROMÀ DE SAGUNT?

Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 16 de enero de 2008

L'estrena fa ja quasi deu anys (23-07-98) en el teatre romà de Sagunt de l'obra "Apocalipsis, voz de mujer", de la mà de la despatxada actriu grega Irene Papas i del cant de Carmen Linares, amb motiu de la celebració del Quint Centenari de la Universitat de València (Estudi General), va suscitar llavors lògicament les opinions, bàsicament favorables, de la crítica especialitzada en la matèria, a les quals des de la disciplina acadèmica que m'és pròpia, l'Arqueologia, no em resistesc ara i ací amb independència de dolorosos aspectes legals ja sentenciats o precisament per això mateix, a sumar la meua modesta reflexió personal, al voltant de una qüestió tal vegada un tant accessòria a aquest tràgic debat patrimonial, però de cap manera neutra en aquella magnífica representació “litúrgica” de l'èxtasi de Joan l'Evangeliste, com va esser el propi escenari teatral dissenyat per Yannis Metzikof.

Els treballs de rehabilitació del monument antic realitzats pels arquitectes G. Grassi i M. Portaceli, amb l'inestimable recolzament de l'ofici i saber fer de J.J. Estellés, van dotar a l'històricament espoliada "càvea" de l'imprescindible contrapunt de la "scaena" de semblant alçada, en impecable paral•lelisme conceptual amb allò que s'ha sostingut pel violletià Salvador Vila en aquestes mateixes pàgines, en punt a què el nou volum de la reconstruïda volta neogòtica amb falsejada armadura interna de redó de ferro del refectori del monestir de la Valldigna, resulta arquitectònicament imprescindible per a completar aquesta vella edificació monàstica."Scaenafrons" de gran austeritat, a penes animat per la puntual anastilosis arqueològica de dos dels seus ordens columnaris superposats, de traça coríntia, que en el passat recent ha demostrat àmpliament les seues virtuts en les escenificacions tant de les clàssiques comèdies romanes de Plaute, en histriòniques versions de Rafael Álvarez "el Brujo" (la Bella Casina), com de severes tragèdies gregues com ara les "Bacants" d'Eurípides.

En aquesta precisa línia argumental el "decorat" d'Apocalipsi, subliminal o conscientment, va optar per alçar una nova realitat arquitectònica que ocultava i revestia els reassentats fusts de pedra calcària dolomítica grisa de les columnes originals, per a oferir al modern espectador per mitjà de l'artifici del mecano tub invisible i els nous paraments entelats de rajoles simulades, una forta recreació visual de la "Valva Règia" esbossada per Grassi, que l'escenògraf Metzikof va fer pujar potentment fins a la utilitària coberta de fusta i en aparença avançar cap a la "orchestra", flanquejada per monumentals filacteris tèxtils o tires verticals de daurades miniatures bizantines i pels aleshores recuperats taüts simbòlics de Yoko Ono.


Circumstàncies que en cap moment ens van deixar d'evocar la memòria de l'ús primordial del "auleum" o teló desplegable en alt des de la pròpia base del prosceni per mitjà de mecanismes elevadors subterranis, recuperats en les excavacions que es van efectuar en el seu interior amb caràcter previ a la intervenció arquitectònica, sota la intel ligent supervisió de l'arqueòloga Carmen Aranegui. Suggestives eleccions escenogràfiques que van reeditar en aquest memorable muntatge, les velles tradicions mediterrànies de les "arquitectures efímeres" terencianes ("pulpitum"), en les quals deambularen els actors llatins fins a la seua monumentalització definitiva en el romà Camp de Mart, auspiciada pel mateix Pompeu l'any 55 abans de la nostra era comuna, i que d'alguna manera continuen venint a proporcionar major legitimitat dramàtica si cap a l'exigent nuesa ornamental conferida des del principi pels arquitectes-rehabilitadors a aquests espais teatrals purs, ara en perill de fatídica desaparició física per imperatiu legal.

¿QUÉ ARQUEOLOGÍA? ¿QUÉ PATRIMONIO?

Ricardo González Villaescusa

El Mundo, 20 de abril de 2004

Durante los próximos cuatro meses una villa romana descubierta en l'Enova va a ser excavada y recuperada como obliga la ley.

Deberíamos felicitarnos como lo hacen las autocomplacientes declaraciones de un Director General de Patrimonio Valenciano, David Serra, satisfecho por el "éxito" aunque, todo indica que con esas declaraciones se enmascara algo, como aquellas presas que corren en una dirección para que no se descubra a sus crías en la opuesta.

No es cuestión de entrar demasiado en subrayar el hecho de que los restos arqueológicos se valoren exclusivamente a la luz del poder que los creó: "una villa romana perteneciente a un noble patricio", un noble que aposentó sus reales en unas termas (baños, saunas) privadas, que mandó construir un templo privado con escultura, y las inscripciones sepulcrales de fino mármol de sus libertos (antiguos esclavos liberados por el señor que seguían bajo la potestas de su amo).

Hay restos más humildes en su manifestación artística y arqueológica que no son objeto de atención, recuperación, conservación y que se pierden todos los días. Incluidos, lamentablemente, los que se ha perdido o perderán, o los olvidados refugios antiaéreos de la guerra civil sobre los cuales caminamos ignorantes de su existencia y de que no existen medidas de protección y valoración de un período reciente.

Tampoco es el momento de entrar, más allá de formular el deseo, de que el registro arqueológico generado por los técnicos debe servir para algo más que para una práctica delicuescente de la arqueología, para acumular un punto más en el inventario de las villas romanas o para producir un muestrario de dibujos técnicos de los muros y piedras que dieron cobijo a sus moradores y las manifestaciones ostentosas de sus conspicuos dueños.

Estoy seguro de que los técnicos habrán habilitado y diseñado las estrategias y métodos adecuados que sirvan para generar conocimiento histórico útil sobre el período cronológico que abarca.

Entre tanto, una buena práctica de protección patrimonial debería formar parte de eso que allende los Pirineos se llama arqueología preventiva y no de urgencia (¿qué es lo que urge?) o salvamento como se pretende por estos pagos. De la información periodística se deduce que, a pesar de que algunos de los restos puestos en valor ahora se conocían desde antiguo, la importante villa se ha descubierto tarde, cuando el trazado del AVE de Cascos ya era un hecho y no puede ser corregido, como se deduce de las declaraciones a la prensa "(...) el proyecto del Gestor de Infraestructuras Ferroviarias supervisado y tutelado por los técnicos de la Dirección General de Patrimonio, se ha modificado para salvar el yacimiento (...)" (El mundo, 6 de abril de 2004).

La salvaguarda del patrimonio va a costarnos dinero público a todos por conceptos que incluyen desde la propia modificación del proyecto, al consiguiente retraso de la ejecución y financiación de las obras. Tras la satisfacción y regocijo que transmiten las noticias hay fallos de grano grueso en el inventario del patrimonio, verdadera herramienta de trabajo para su protección, que, como dijo André Malraux, creador del Servicio del Inventario del país vecino, "no es el resultado de una enumeración sino de un filtrado, de una elección científica que hace visible la obra de arte y que la individualiza a pesar de conocerse múltiples ejemplares". Si la villa es tan importante, que lo es ¿cómo no han saltado antes, mucho antes, todas las alarmas de alerta que hubieran evitado gastar el dinero público que ahora tenemos que gastar para excavar y documentar lo que obliga la ley? Y ¿cómo es que se renuncia a su musealización y conservación? Al final de todo, tan importante villa va a ser condenada a servir de cimiento para los viajeros del AVE. ¿Alguien sabría explicarme cuál es, entonces, el éxito de la operación?

Mientras tanto, el conseller Esteban González Pons propone a las Cortes una modificación de la ley de Patrimonio Valenciano que pretende regular "bienes inmateriales de naturaleza tecnológica" (sic), lo que estrictamente podría regularse mediante un simple depósito legal. Señuelo que no tiene otro objetivo que "desregular" y desproteger Bienes de Interés Cultural (BIC) ya declarados y protegidos como es el Cabanyal, con una pretendida modernidad que actuaría de verdadera protección. Juegos especulares. Sin pensar por un solo momento que la auténtica modificación pertinente en materia de patrimonio debería conducir a que la arqueología preventiva se regulase por ley como provocaron los movimientos sociales de los arqueólogos franceses en 1998, durante el gobierno de L. Jospin y como se ha mantenido en las reuniones del Foro Social Europeo celebrado en París-Saint Denis en noviembre pasado. La preservación del patrimonio es una labor de servicio público, realizada científicamente en nombre del Estado y para la sociedad. La liberalización de estos servicios no conduce a una buena gestión.

En 1995 tuve la oportunidad de trabajar en el equipo de investigación de análisis de los paisajes que atravesaba el trazado del TGV (Tren de Alta Velocidad) entre Lyon y Montpellier. Mi equipo tenía como objetivo proporcionar un análisis predictivo de los eventuales "impactos" sobre el patrimonio a los arqueólogos del terreno que realizaban las prospecciones y diagnósticos de superficie de los yacimientos que eran afectados por la línea de alta velocidad. Todas las modificaciones sustanciales que se realizaron sobre el trazado del TGV por "culpa" de un yacimiento arqueológico se hicieron previamente, codo con codo con los ingenieros, al proceso de ejecución de la obra. Los resultados de esos trabajos pueden consultarse en los tres volúmenes publicados en 2002 con el título Archéologie du TGV Méditerranée (Arqueología del TGV Mediterráneo). ¿Para cuándo un volumen de arqueología del AVE Mediterráneo?

BOLOMOR O EL SAQUEO DEL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO

Josep Vicent Lerma
Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, 15 de junio de 2005

Aún con la tinta fresca, en estas mismas páginas se daba cuenta del bárbaro expolio a golpes de pico del excepcional yacimiento paleolítico de la Cova de Bolomor de Tavernes de la Valldigna (Levante-EMV, 20, 21 y 22-09-05), del que procede, nada menos, que el resto antropológico conocido más antiguo de las tierras valencianas, un molar de neanderthal, datado hace más de cien mil años, así como antiquísimos testimonios del primer uso del fuego (250.000 años B.P.) por parte de nuestros lejanos antecesores. Acontecimiento que ha venido a poner en evidencia de nuevo y por enésima vez la precariedad y la indefensión en la que está postrado el patrimonio arqueológico de todos los valencianos ante el pillaje de bandas de asaltantes que abastecen a sus anchas, por iniciativa propia o por encargo, el comercio clandestino y el coleccionismo ilícito de antigüedades, como el presuntamente ilustrado por el Conde de Faura (Levante-EMV, 15-09-03).

La destroza de la cueva de Bolomor, considerada como la Atapuerca valenciana, es la gota que colma el vaso del actual escenario de desvalimiento de nuestro excepcional legado prehistórico, puesto en valor desde los años veinte del pasado siglo por el Servicio de Investigación Prehistórica (SIP) de la diputación de Valencia, fundado por Isidro Ballester Tormo y regido con posterioridad por los recordados maestros de arqueólogos D. Fletcher y E. Pla. Así pues, no puede considerarse este aciago suceso como un hecho ocasional ni mucho menos único, a pesar del amago de desvío de atención -con el esperemos interino silencio de la Sección de Arqueología del CDL de Valencia- por parte del Director General de Patrimonio Artístico de turno, el cirujano Muñoz Ibáñez, quien, observando los toros desde la barrera de la avenida de Campanar, sin ningún rubor, ha dado un preciso capotazo leguleyo hacia la preceptiva vigilancia de la Guardia Civil, y obviando sin complejos que todo el resto de competencias patrimoniales son de celosa incumbencia autonómica. Ámbito administrativo al que compete por cierto el adecuado vallado y la suficiente protección de todo tipo de cuevas, abrigos y asentamientos históricos. Olvidando la desprotección a la que están sometidos otros yacimientos igualmente de la Safor como la Cova de les Meravelles, Rates Penaes, Barranc Blanc, Penya Roja, Cova dels Llops, Cova Negra y Capurri, expuestos a impunes latrocinios por falta de metódica planificación de su control y de su seguridad, denunciada en el 2003 hasta por el arqueólogo de la RACV, J. Aparicio, sin que le hayan hecho ni caso.

Capítulo en el que en los últimos años han proliferado impunemente, sin freno constatable desde la administraciones concernidas, las destrucciones de yacimientos tan emblemáticos como el poblado ibérico de El Oral (San Fulgencio), esta vez sí denostada por los profesores del Área de Arqueología de la Universidad de Alicante el 17 de febrero de 2004; la extraordinaria aldea neolítica de Piles, víctima de la fiebre inmobiliaria en junio de 2004 o el mítico enclave neolítico mediterráneo de la Cova de l'Or (Beniarrés) (Levante-EMV, 25-06-05); así como también el expolio de los restos sumergidos del Grau Vell de Sagunto (2002), el irredento robo de un capitel romano en la calle Tapinería de Valencia (2003) o las actuales amenazas urbanísticas sobre el enclave de arte rupestre de La Sarga de Xixona, declarado Patrimonio de la Humanidad, sin que haya trascendido apenas, no ya la detención de los autores materiales de estos irreparables desmanes, sino la mera imposición de multas o sanciones administrativas disuasorias contempladas en la Ley 4/98 (LPCV) a las personas físicas o jurídicas implicadas en tales tropelías empobrecedoras de nuestro irremplazable acervo cultural.

ELOGI DEL NOMENCLÀTOR URBÀ


Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 30 de marzo de 2009

El planol de la València de 1831 de l'acadèmic Francisco Ferrer reproduïa les 411 illes numerades en el Padró Municipal de 1769, dividides en quatre quarters (Serrans, Mercat, Sant Vicent i Mar), conseqüència de la Real Cèdula de 13 d'agost d'eixe mateix any per la qual el rei Carles III establia per primera vegada en la història del solar hispà la numeració obligatòria de totes les cases sense excepció.

Numeració d'insules de la nostra ciutat semblant al materialitzat cap a eixes mateixes dates a Sevilla per l'il•lustrat Pablo d'Olavide per mitjà dels denominats “azulejos de número” amb els numerals d´illa i casa pintats junts davall el nom del corresponent quarter, i amb la que tal vegada podrien associar-se algunes no tan rares rajoletes parietals supervivents, d'un pam castellà, amb la paraula “MAN / ZANA”, en lletra trajana semblant a la del cèlebre impressor Bodoni, distribuïda en dues línies desiguals per damunt dels corresponents guarismes, tot realitzat en òxid de cobalt aplicat a pinzell sobre fons blanquinós d'estany, i els de tres quarts de pam amb el vocable “Casa” sobre el nombre de policia urbana, com les que subsistixen en la fatxada del Col•legi del Patriarca del carrer de la Nau.

Per la seua banda, les grans plaques de pisa amb el nom del carrer complet, de més de quaranta centímetres de llarg per també més de trenta centímetres d'amplària i entorn als dos centímetres i mig de gruix, compost amb grans lletres capitals en manganés sobre esmalt blanc, com la preservada en el carrer “Peso de la Harina”, tingudes com pròpies del segle XIX, sobre la base de la data “post quem” lliurada pel Palau de la Marquesa de Colomina, construït pel mestre d'obres Manuel Ferrando Mora l'any 1863, podria situar-se la seua vigència amb major exactitud encara en el regnat d'Isabel II almenys a partir de la segona mitat d'aquella agitada centúria. Fet corroborat si més no pel plafó de llosetes anunciador de la fàbrica del carrer Quart de González Valls (1860-70) del Victoria and Albert Museum.

En aquest orde de coses, igualment és possible establir amb certesa el seu lloc de producció, sense descartar altres tallers ceràmics, com era d'esperar en la veïna població de Manises, a la vora del Túria, gràcies als treballs arqueològics supervisats pel Museu de Ceràmica de la mateixa localitat (MCM) en l'avinguda de València, on va poder documentar-se un terra pavimentat amb plaques reutilitzades de carrer de la tipologia que ens ocupa, entre altres amb les inscripcions dels carrers “de los Estudios” i “del Cid”.

Model autòcton que en el transcurs del primer terç del segle XX va esser substituït profusament en els nostres carrers per un altre major (48,5x39,5x2,5 cm), mimètic del porcellanic de París de 1847, amb lletres blanques reservades sobre la coberta blavosa de ftalocianat de coure, segons prescrivia la minuciosa ordenança de la capital francesa de 1938, la producció del qual apareix acreditada ja en vespres de la Segona República Espanyola per l'investigador Josep Pérez Camps, entre altres, en els catàlegs de la fàbrica manisera d'Eloy Domínguez, també amb manufactura en Onda.

Antecedents d'interessant disseny gràfic viari que a llum de l'encara recent celebració en el Cap i casal de la segona edició del Congrés de Tipografia (Levante-EMV, En Domingo, 25-06-2006), animada per l'artista Paco Bascuñan, podrien constituir la font d'inspiració estètica necessària per a la reelaboració col•lectiva i institucional d'una futura tipografia valenciana urbana (VLC), susceptible de transformar positivament les pragmàtiques xapes dels carrers actuals de cinquanta per trenta centímetres amb logotip municipal i filet perimetral, en privatius símbols de la metrópoli valenciana del segle XXI, per gràcia de la potencial excel•lència d'un superior grafisme diferencial del de les grans urbs europees.

ARQUEOLOGÍA Y TOLERANCIA

Ricardo González Villaescusa
Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 3 de agosto de 2006

En los recientes posicionamientos del primer edil alicantino relativos a los supuestos excesos arqueológicos en el área de la Albufereta, se sostenía, para pasmo de la ciudadanía y sin rubor la existencia de un «dominio arqueológico» fuera del ámbito competencial del alcalde y los concejales, superando con creces la clásica división de poderes de Montesquieu. Palabras que suscitan nuestra atención reflexiva sobre la preocupante realidad del patrimonio arqueológico urbano de Alicante, donde proliferan equipos de arqueólogos autónomos y el quebranto de la unidad de archivo documental es la norma.

Con todo, esta situación de arqueología tolerada o soportada por los prohombres de la antigua Lucentum, en realidad no constituye ninguna novedad, tal como daba testimonio el amarilleante artículo de José Ramón Giner titulado Arqueólogos (El País, 20-04-99) en el que se confesaba amargamente que «en un momento de flaqueza y pensando en poner remedio a errores pasados, creamos la figura del arqueólogo municipal».

Ya en el año 2001, uno de nosotros constataba con ocasión de la I Universidad de Verano sobre Patrimonio organizada por el Forum Unesco, en una ponencia titulada Arqueología de los centros históricos: de la más absoluta miseria a la nada (1995-2001): «En cuanto a las peripecias del legado histórico de la ciudad de Alicante, propagado por la revista "LQNT", el recurso en 1999 a la controvertida figura del acto presunto permitió a las promotoras conseguir permisos para edificar escuetamente por silencio administrativo incluso en zonas de gran interés arqueológico como la Condomina, ante el bloqueo en la redacción de un nuevo Plan Especial de Zonas Arqueológicas diseñado para revisar restrictivamente las extensiones de las anteriores cinco áreas de protección del relevado decreto de 1987. Improcedente paralización motivadora de las advertencias por parte de la Universidad local en el sentido de que "no habrá mucho que proteger" cuando Alicante pueda tener plan arqueológico en vigor».

Por lo tanto, nada nuevo bajo el sol de estas tierras valencianas, a pesar del éxito ciudadano en sede judicial contra la construcción de un auditorio en el entorno protegido de las laderas del monte Benacantil y del retorno a su plaza de técnico municipal del arqueólogo Pablo Rosser tras su agitado paso por la política activa.

Para mayor abundamiento, la prensa valenciana revelaba el pasado mes de febrero las tensiones suscitadas por la propuesta del área de Conservación, Patrimonio Histórico y Artístico Municipal (Cophiam), bajo la dirección del susodicho funcionario, para la protección del patrimonio industrial representado por los antiguos depósitos de Campsa del Tossal, lo que motivó expresiones del concejal de cultura Pedro Romero, de similar sal gruesa a las anteriormente mencionadas de la primera autoridad local, en las que se espetaba: «Eso no es una petición, porque eso se hace cuarenta años antes, no quince días después de saber que va a pasar por aquí o por allá el tranvía». Simplemente conmovedor.

Por consiguiente, y a modo de corolario, tales encontronazos dialécticos traslucen un imposible conflicto entre políticos y funcionarios en el que aquéllos si encuentran informes desfavorables para alcanzar sus fines no actúan modificando aquellos aspectos que contradigan los informes, sino que modifican la norma, invirtiendo, así, el concepto de tolerancia de Locke. De esta forma, la eficiencia de las administraciones brilla por su ausencia y la arqueología urbana parece no regirse con normalidad siquiera por las directrices emanadas de la Ley del Patrimonio Cultural Valenciano (Ley 4/98), amenazada ahora de nuevas modificaciones conservadoras, sino por la condescendencia de los próceres con mando en plaza, que hacen suyo el viejo aforismo de Paul Valéry: «Tolerancia ¡hay casas para eso!».

EL PALACIO REAL Y LA ARQUEOLOGÍA... ¿HAY ALGUIEN AHÍ?

Ricardo González Villaescusa
Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 15 de enero de 2007

Si como sugiere recientemente Julio Monreal «Veinte años (del Real) no son nada» (Levante-EMV, 11-11-06), vacunando con dosis de lucidez a los lectores desprevenidos de cualquier delirio reconstructor, plano en mano del Centre Historique des Archives Nationales (CHAN) franceses, de la demolida residencia de los soberanos de la Corona de Aragón. Asimismo, no es menos cierto tal como ya titulaba Pedro Muelas en una de sus afiladas ortigas del año 2005 que «Aquello sí que fue una falla» en clara alusión al devastador expolio de los elementos más valiosos de esta vetusta mansión palatina. Remachando el clavo con la denuncia de la falsa y manida dialéctica Almoina versus El Real: «Con el guión de acabar primero de estudiar los restos de la Almoina y luego volver al palacio han pasado ya tres mandatos de gobierno».
En este orden de cosas y abierta la caja de Pandora, por unas pesquisas parangonables con las del novelesco profesor de Harvard, Robert Langdon/Tom Hanks del Código Da Vinci, las ruinas del Palacio Real de Valencia han devenido a su pesar en un síntoma del depauperado estado de quiebra técnica y desballestamiento intelectual del actual modelo, si es que tal cosa existe, de una arqueología urbana valenciana, de gestión autonómica centralizada y financiación a expensas de los promotores privados.

Así las cosas, el hecho mediático de la plasmación en recientes titulares periodísticos de un supuesto encargo de un proyecto en dos fases para excavar los míticos despojos del Palau Reial, podría ser la prueba del nueve de que los responsables de la cultura de nuestra comunidad no saben qué hacer con los servicios municipales de arqueología extendidos por su alargada geografía.

Diríase que no existen problemas en el día a día de la gestión del subsuelo arqueológico de nuestras urbes: ¿cuántas excavaciones sufragadas por el erario público han visto la luz en forma de publicación académica?; ¿cuántas síntesis sobre las diferentes etapas culturales de las mismas?; ¿cuántos proyectos de arqueología preventiva? o ¿para cuándo la implantación de sistemas de información geográfica (SIG) informáticos como herramientas de administración arqueológica de las ciudades?

Pero sobre todo, ¿cuántos recursos económicos invertidos y cuánta información extraída de sus entrañas?... y que escasos resultados científicos públicos y publicados para disfrute y conocimiento de quien verdaderamente lo ha financiado: la sociedad valenciana.

Escenario infausto que ahora viene a consagrar precipitadamente el nuevo «Reglamento que regula la actividad arqueológica y paleontológica en la Comunitat Valenciana», exhumado de los cajones de la conselleria del ramo aprisa y corriendo por el director general de patrimonio cultural Manuel Muñoz. Normativa de inmediata aprobación por decreto del Consell, que se pretende imponer al sector y a los servicios arqueológicos municipales, fallida en su tipología de intervenciones (prospección, sondeo, excavación, etc.), apenas operativa en la praxis cotidiana de estas disciplinas y obsoleta en sus anticuados planteamientos, muy alejados de los habituales en los actuales pagos europeos.

Marco legal paradójicamente involutivo, que nace obsoleto si se coteja con la redacción original del artículo 58.6 de la Ley del Patrimonio Cultural Valenciano (Ley 4/98): «A los efectos de la presente Ley, se entiende por servicios municipales de arqueología aquellos departamentos o instituciones municipales, con arqueólogos titulados, encargados de la ejecución y supervisión técnica de las intervenciones arqueológicas que se lleven a cabo en su término municipal». Departamentos técnicos que ahora quedan descafeinados en la propuesta de nuevo reglamento y reducidos únicamente a «dirigir y ejecutar las actuaciones arqueológicas promovidas por el Ayuntamiento».

Estos servicios municipales, ya desprovistos de mayores cometidos en la gestión integral de la arqueología urbana, no parecen proporcionar respuestas eficientes a las necesidades del actual urbanismo de nuestras ciudades, encontrándose limitados e impotentes para redactar con nitidez los objetivos mínimos de un plan director que abriera el foco sobre las grandes infraestructuras o los paisajes históricos como l'Horta. Si se quiere, podrían estar avocados a evolucionar en el mejor de los casos hacia una incierta y utópica metamorfosis en centros de documentación e investigación o, a lo sumo, a la dirección y desarrollo de proyectos culturales singulares, capaces de incentivar el interés colectivo de la ciudadanía sobre los rasgos identitarios más privativos de su legado patrimonial.

A modo de corolario, aviso de navegantes y aprendices de arqueólogo, en lo concerniente a los posibles descubrimientos arqueológicos entre los venerables sedimentos de la Muntanyeta d'Elío, nadie espere encontrar una nueva Pompeya bajo Valencia. Por consiguiente, baste recordar las palabras de Alberto Tomás Cebriá allá por agosto de 1987, olvidado integrante del primigenio servicio de arqueología municipal (SIAM) del malogrado Don José Llorca, en el sentido de que allí se encontrarían «azulejos, columnas, restos de estatuas, etc». Rememorando además que «al plantar un árbol, se encontró una gran cabeza de mármol» (sic).

Coligiéndose, en todo caso, que dada la enorme superficie, no inferior a los 4.500 metros cuadrados, ocupada por el recinto palaciego bajo Viveros, los conocimientos sobre el monumental edificio obtenidos en la década de los ochenta del pasado siglo XX, por más que se ahonde en su estudio, podrían no ser mecánicamente extrapolables a las características materiales, constructivas y evolutivas de las restantes fachadas, crujías y patios de este magnífico complejo áulico, señero en la historia del arte valenciano.

LA VISIÓN TERRITORIAL DE LOS TRASVASES

Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, Territorio y Medio Ambiente, 31 de julio de 2005

"La crisis ecológica (...) se presenta ante todo como una revuelta generalizada de los medios. Ya nada ni nadie quiere aceptar servir de simple medio para el ejercicio de una voluntad cualquiera pretendida como fin último. El más ínfimo gusano, el más pequeño de los roedores, el más seco de los arroyos, la más lejana de las estrellas, la más humilde de las máquinas automáticas, exigen ser tomados también como un fin (...)?
Bruno Latour, Politiques de la nature. Comment faire entrer les sciences en démocratie, París, 1999.


Por razones laborales conozco gente de toda la geografía valenciana, desde el Sénia al Segura. Hace un par de años una persona de la Vega Baja me explicó que desde allí la polémica del trasvase del Ebro se veía de otra manera. Pensé en lo que me decía pero no argumenté nada. Hace menos de un mes, una persona del Baix Maestrat me afirmó que desde allí la discusión no lo era tanto al cambiar el punto de vista. Como quiera que mi opinión, aun empatizando con los diferentes intereses en liza, no cambia según el lugar desde donde abordo el problema, discutí brevemente con esta última, no en torno a la conveniencia o no del trasvase del Ebro, sino sobre si la opinión podía estar fundamentada en la pertenencia o no a comarcas que desean ese trasvase, o a comarcas que se ven perjudicadas por el mismo. Afortunadamente no cambié la opinión de mi interlocutora y este artículo es fruto de mis reflexiones en torno a esa conversación.


El mismo autor que encabeza estas líneas, Bruno Latour, nos habla de que lo inconmensurable es la guerra. Hablaremos de conmensurabilidad cuando formas del territorio de naturaleza diferente (una forma física y una forma social) se articulan por formas y medidas comparables, obedeciendo a la misma escala y a la misma lógica de ordenación espacial. Por ejemplo, la red de ferrocarriles es conmensurable a la escala nacional en que fue proyectada y creada, pero inconmensurable a la escala local de la ciudad de Valencia, mientras que la red de transportes urbanos es conmensurable con la ciudad.

Esta noción debería formar parte de la reflexión previa a toda reordenación del paisaje para evitar el eterno divorcio entre territorios, redes e infraestructuras y que éstas no subordinen, fragmenten o representen un obstáculo infranqueable. Evitaría el síndrome NIMBY, acrónimo de Not In My BackYard, -no en mi patio trasero-, o rechazo por los lugareños de las infraestructuras que no les benefician directamente (centros penitenciarios, incineradoras de residuos urbanos de áreas metropolitanas, redes de trenes de alta velocidad... Todo estudio de impacto en el paisaje debería tener en cuenta la forma en que las nuevas infraestructuras u ordenaciones territoriales pueden crear nuevos órdenes conmensurables que evitaran a medio y largo plazo los conflictos.

Pero volvamos a los trasvases, ¿en qué medida son inconmensurables? Si nos atenemos a la lógica del Estado (forma social), en que se proyecta la realización del trasvase (forma social), entre cuencas hidrográficas (forma física), son conmensurables. Pero es evidente que la realidad autonómica introduce una variable que aboca los trasvases a la inconmensurabilidad ya que los gobiernos autonómicos son formas sociales que tienen un reconocimiento jurídico y un respaldo social. Superable, desde el punto de vista de quienes se apoyan en la integridad del estado pero que, aun así, no evita el conflicto entre las comunidades afectadas.

Perspectivas
Un trasvase es inconmensurable (conflicto) cuando se ve desde la perspectiva de las cuencas hidrográficas afectadas (espacio) y desde los efectos a largo plazo de una decisión de estas características (tiempo). Para evitar la hidroesquizofrenia que afecta al país, puede mirarse desde la óptica del proyecto de trasvase de aguas del Ródano a Barcelona, plan que prevé una canalización enterrada de 330 km, desde Arles a Barcelona, destinada a transferir 1.300.000 metros cúbicos al día.

Los argumentos de sus defensores son semejantes a los que defienden el trasvase del Ebro: aumento de la demanda de agua en Barcelona y su área metropolitana, excedentes hídricos que sobran en la cuenca del Ródano y que "se pierden"en el mar, solidaridad interregional en la Europa de las regiones...Y entre algunos de los argumentos en contra se pueden encontrar el que Cataluña lidera tras Andalucía el número de campos de golf del país. Son conmensurables o inconmensurables desde el punto de vista de sus defensores o detractores, es decir, desde los diferentes "allí" utilizando la argumentación de mis interlocutores. Lo que conlleva, en definitiva, la utilización de cuencas hidrográficas como un medio para obtener unos fines, en lugar de entender "el más seco arroyo" como un fin en sí mismo.

La paradoja está servida, en palabras del geógrafo Michel Drain, conseguir el trasvase de aguas del Ródano a Barcelona no solo animaría una política de gestión mercantilizada e insostenible del agua en España y Europa, sino que, además, las soluciones a los problemas locales se resolverían generando otros problemas locales y huyendo de las soluciones sostenibles a largo plazo. Si es cierto que existe un crecimiento progresivo de la demanda de agua, ¿por qué el problema terminaría con uno o dos trasvases?

LOS NUEVOS USOS DE L'HORTA O LA RESURRECCIÓN DE LÁZARO

Ricardo González Villaescusa
Josep Vicent Lerma

Levante-EMV, 8 de abril de 2006

Las recientes y siempre ajustadas consideraciones de J. Lagardera sobre los potenciales nuevos usos de la Huerta han sido el acicate de estas líneas, redactadas con el ánimo encogido sobre su oscuro futuro y sin más pretensión que alentar el debate social sobre el mismo.


Existen afirmaciones que se dan por sentadas y que requieren de una reflexión en profundidad. ¿La agricultura de la Huerta es realmente inviable? ¿No es rentable económicamente? Como hacen los psicoanalistas, la respuesta bien podría ser otra pregunta: ¿con qué contrastamos su rentabilidad económica? Si lo hacemos respecto de la construcción y la especulación urbanística, es cierto que no existe punto de comparación... Pero si lo cotejamos con otras agriculturas (secano, rozas...) habrá que reconocer que es una de las agriculturas más productivas del mundo. Buena parte de las políticas de desarrollo avaladas por la FAO con posterioridad a la II Guerra Mundial pretenden convertir muchos de los espacios agrícolas del planeta en espacios irrigados al estilo de las huertas mediterráneas y, en particular, la de Valencia como modelo a imitar. En buena medida eso explica el interés que han suscitado los modelos técnicos y sociales que rigen la Huerta de Valencia entre los investigadores que desde el siglo XIX se vienen ocupando de estudiar las huertas en espacios áridos o semiáridos, como Thomas Glick y tantos otros.

Partiendo de esa premisa falsa se construye una mistificación sobre la bondad de un proyecto como Sociópolis en la pedanía de La Torre que pretende adentrar la Huerta en la ciudad, cuando, por más vueltas que se le dé, la intención no es otra que urbanizar la Huerta. La demagogia retórica es lo que tiene. Incluso, recientemente, la conselleria de Rafael Blasco se entrega con armas y bagajes, renunciado a todo viso de viabilidad y dando por desahuciado nada menos que el 50% de la Huerta subsistente, que ya es bien poca cosa, defendiendo sin ruborizarse un presunto modelo integrador en el desarrollo urbanístico del área metropolitana, ¿recuerdan aquello de incorporar la Huerta a la ciudad? (Levante-EMV, 6-3-2006).

Es cierto que la actividad agraria hoy no es relevante en el cómputo global de la economía de un país como el nuestro (aunque no conviene olvidar notorias excepciones como los ejemplares cultivadores de chufa de Salvem l'Horta de Alboraia), pero las soluciones deben ser casuísticas, focalizadas y consensuadas. Es posible que algunos restos del cinturón agrícola de la vieja colonia romana no sean rentables en los competitivos términos económicos actuales, pero ya advierte Ernest García sobre lo artificioso de pretender poner precio al medio ambiente. Es innegable, como hemos dicho en ocasiones, lo indeseable de un parque temático con labradores de figurantes o autómatas mecánicos, para que las generaciones futuras puedan ver cómo fingen que cultivan... Pero, de ahí a renunciar de plano por parte de quien más tiene que pensar por el futuro de ese espacio irrigado casi único en el mundo, existe una considerable distancia que no conviene transitar sin mayor viático, cuando a la par, no sin cierta ironía, se pretende postular al mítico Tribunal de las Aguas como patrimonio de la humanidad que, a este paso, habrá que catalogarlo en el mismo expediente que los dinamitados Budas de Bamiyán.


Por otra parte, aunque el problema es de carácter supraterritorial, los municipios afectados caen irremediablemente en el síndrome NIMBY, «no en mi patio trasero» y, claro, «ahora que no queda nada?», «ahora que ya está todo degradado? no vamos a gastar esfuerzos en conservar una Huerta que no es huerta ni es nada?». Tras la pérdida de la inocencia histórica, en realidad todos somos responsables, cuanto menos subsidiarios, de lo que ha sucedido hasta ahora, y en el momento actual la responsabilidad es aún mayor al no poder alegar ignorancia de las consecuencias de tales actitudes esquilmadoras.

Sabiendo que no existen bálsamos de fierabrás que puedan darse desde esta privilegiada tribuna, parece recomendable que cualquier procedimiento de análisis parta de una serie de premisas conceptuales, no excluyentes de otras muchas que deberán aportarse en cada caso particular.

En primer lugar, la Huerta es un sistema histórico, un conjunto de componentes de carácter patrimonial, etnológico, arquitectónico, agrológico, hidráulico, sociológico... pero todo ello, sin el territorio, sin la razón constitutiva, el territorium de una ciudad fundada allá por el siglo II a.C., es difícil que subsista más de dos mil años después...

En segundo lugar, la necesaria implicación en estos proyectos de los colectivos humanos afectados y de equipos multidisciplinares que valoren la rentabilidad real de esas porciones de territorio. Sin embargo, es imprescindible evaluar esa rentabilidad a la luz de externalidades positivas poco evaluables económicamente como, por ejemplo, el valor de un cinturón verde, no precisamente de cespitosas; la conservación de un modo de vida ancestral; o el valor añadido que pueden tener unos productos de agricultura tradicional y/o ecológica con denominación de origen (DO) propia, revitalizando y consolidando los vínculos entre cultivadores y clientes de la agricultura urbana. Reintroduciendo, de esta forma, los cultivos autóctonos en el circuito comercial de los mercados locales a través de locales de restauración con encanto, especializados en una gastronomía de calidad... Propuestas que se inspiran en los planteamientos de Herbert Girardet (Creando ciudades sostenibles) a la luz de ejemplos repartidos por todo el mundo de iniciativas por conservar o resucitar la franja periurbana dedicada a la agricultura para consumo local (numerosas ciudades de Estados Unidos, China, Malí o, incluso, el ¡Bronx! de Nueva York).

Pero una política de estas características necesita de una voluntad y un decidido esfuerzo económico, y social, comparable al que hacen las sociedades postindustriales por preservar sectores económicos industriales en retroceso como consecuencia de la globalización y la competencia de países emergentes. Es evidente que la Generalitat Valenciana no ha evaluado adecuadamente estos valores añadidos en su terminal modelo de integración.

PALOS ARQUEOLÓGICOS, ZANAHORIAS POMPEYANAS Y JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES

Josep Vicent Lerma
Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, 30 de julio de 2005

Parafraseando el lúcido Trinquet del biólogo vallero Francisco Cepillo «Palos de golf y zanahorias tecnológicas» (Levante-EMV, 25-06-05), relativo al recalentamiento inmobiliario en curso, no puede por menos que presumirse unos severos impactos colaterales en nuestro patrimonio paisajístico y cultural, entre otros muchos parajes, claro está, en el propio monasterio cisterciense de la Valldigna o como presuntamente en la red de acueductos de origen romano de la partida de Porxinos, objeto de los desvelos del recordado maestro de arqueólogos valencianos Domingo Fletcher Valls.


Casuística que trasladada al ámbito urbano trasluce toda una retahíla de eufemísticos palos arqueológicos, dolorosos despropósitos organizativos patrimoniales cercanos en el tiempo, de los que se han hecho preciso eco las cabeceras locales, entre los que todavía se recuerdan vivamente la paralización por parte de la Conselleria de Cultura de las obras del aparcamiento subterráneo del eje Reus-Ruaya, ante la aparente falta de seguimiento arqueológico de sus movimientos de tierras; los retrasos burocráticos admitidos por el Director General de Patrimonio, Manuel Muñoz, en la concesión de los permisos de excavación de los alcorques de la plaza del Patriarca (Levante-EMV, 8-04-05); los poco más que ignotos estudios históricos sobre el territorio de la huerta de La Torre, escamoteado por el intelectualmente trilero proyecto de Sociópolis, en línea con el vibrante artículo «Noche de deseos» del arquitecto Rafael Rivera (Levante-EMV, 24-06-05), o las expresas denuncias de los expertos en patrimonio subacuático sobre la supuesta falta de control de las obras portuarias de la America's Cup (Levante-EMV, 29-04-05).

Elenco que perfila el escenario de trazo grueso del presente de la Arqueología Urbana de Valencia, de escaso peso específico en cuanto a su formato subsidiario de gestión, que por el contrario en los años 80 y 90 -exceptuando el necrofílico interregno brochiano- constituía un prestigiado modelo integral a imitar entre los Servicios Arqueológicos Municipales emergentes, como los de Dénia, Gandia, Xàtiva o Liria, pero que con la generalización de la discrecionalidad administrativa autonómica auspiciada por la falta de desarrollo reglamentario de la Ley del Patrimonio Cultural Valenciano (LPCV, 4/98), tal cual el nonato Reglamento de Excavaciones Arqueológicas anunciado a humo de pajas por David Serra en el 2004, y la venal mercantilización de esta actividad financiada por los promotores privados, ha dejado de ser un referente en esta materia, tanto práctico como bibliográfico, en el concierto de las ciudades históricas del estado español.

Ahora merecidamente abanderadas por la pacense Mérida y su ejemplar Consorcio Monumental, organismo autónomo responsable de la planificación global de los trabajos arqueológicos que se desarrollan en la antigua colonia romana Augusta Emerita.

Paisaje con figuras desdibujadas, con el que en modo alguno debiera contemporizarse ni calar en la perspicaz opinión del vecindario, con el subterfugio de las recurrentes zanahorias caniculares de los indudables éxitos exteriores de los arqueólogos valencianos bajo las cenizas napolitanas de la lejana Pompeya, oportunamente ventiladas por la prensa doméstica la pasada primavera, a no confundir con los dorados frutos del quizá más cercano Jardín de las Hespérides.

martes, 26 de enero de 2010

PROPUESTAS PARA LA BEGA DE CULLERA


Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, Territorio y Medio Ambiente, 6 de marzo de 2005

No me cansaré de repetir, como vengo haciendo desde hace años y en esta misma sección, que los paisajes deben ser valorados, utilizados para la ordenación del territorio y, en última instancia, cuando no puede hacerse otra cosa, antes de su definitiva desaparición, éstos deben ser inventariados y documentados como cualquier elemento del patrimonio que desaparece ante el inevitable avance del desarrollo, como quiera que se entienda éste.


Lo hice en 1998 y hace muy poco se me brindó de nuevo la posibilidad de seguir haciéndolo. También decía en una reciente mesa redonda, celebrada en Cullera en torno al proyecto de urbanización de la Bega, que los arqueólogos acabamos teniendo complejo de forenses al dictaminar la muerte clínica de espacios y yacimientos destinados a pasar a mejor vida y que, finalmente, tomamos unos cuantos datos para aliviar la conciencia del progreso y dejar constancia de la existencia de un testimonio más de las sociedades del pasado. Una verdadera gestión de lo patrimonial sería poder disponer de todos esos datos previamente (patrimoniales, paisajísticos, paleoambientales…) de manera que cuando un promotor privado o público se dispusiera a ordenar un territorio, pudiéramos plantear alternativas sostenibles y viables que consensuaran todos los intereses en juego con el conveniente debate científico y social.

Ya se ha expuesto con otros criterios en el marco adecuado que no pueden compartirse las razones que conducen a la urbanización de la desembocadura del Xúquer. Pero en esta ocasión, si el paciente acaba como todo parece indicar, parece oportuno recordar algunas de las señas de identidad que hacen que la Bega sea un paisaje singular merecedor, cuanto menos, de un tratamiento preventivo, como se defendió en Valencia para La Punta o Campanar, a pesar de su aciago final. Cualquiera que sea el futuro de los paisajes estamos obligados a que las plusvalías producidas por su urbanización generen, cuanto menos, conocimiento sobre los paisajes que destruye.
La Bega es un paisaje histórico, lo que no significa que sea un paisaje fijado en el tiempo, que no sea actual. Cuando se defiende la historicidad de un paisaje, se hace hincapié en dotarlo de un origen, evolución y estado actual que no es fruto sino de un devenir histórico. La historicidad (la Geschichtlichkeit en alemán) no tiene nada que ver con la nostalgia, sino el modo de ser de una realidad histórica cualquiera. En un artículo sobre La Punta en 1998 explicaba que había que dotar ese espacio de una partida de nacimiento, de los autores que lo crearon a nivel superestructural (la ciudad y la iglesia de Valencia) como de los nombres de los trabajadores que lo construyeron durante tres años y las personas que ocuparon un antiguo espacio deltaico convertido en tierras aptas para su cultivo; igualmente, se ponía en evidencia su valor económico, que lo situaba a la altura de monumentos urbanos como las torres de Serranos.

Paisaje histórico singular
Miquel Rosselló proponía (L’Expressió n.º 29, 2000, de Cullera) que la Bega era un paisaje histórico singular, cuya más remota mención la encontramos en el Repartiment, en el año 1249, cuando Martí Grau se asentaba en una donación que le había sido concedida en suerte: «[…] unes cases en el raval de Cullera, i un hort de tres fanecades [0,2 ha] a Bega, situat davant el raval […]». Noticia que permite intuir una cronología inicial islámica para esa unidad paisajística.
Desde la morfología de los campos se puede interpretar un sistema agrario típico de una zona deltaica: un sistema mixto de riego y drenaje donde los campos se encuentran a cota superior que las acequias que sirven de drenaje de las aguas excedentarias. De hecho, los accesos a las parcelas necesitan de pequeños puentes que permiten salvar la Acèquia dels Àngels, colector central de desagüe que se dirige al Xúquer.

Un análisis más detallado de la morfología parcelaria contribuiría no sólo a definir su funcionamiento, sino a precisar la estructura de ese sistema, formular hipótesis sobre la autoría y cronología del mismo por medio del análisis de la métrica agraria utilizada y el diseño de las parcelas. Las prospecciones permitirían documentar el sistema agrario en vías de desaparición para conocimiento de las generaciones futuras, así como aportar criterios de verificación de las hipótesis sobre su origen y desarrollo histórico.

Su documentación e interpretación aportarían suficientes elementos de reconstrucción virtual para que, una vez que haya desaparecido el paisaje y solamente sea memoria patrimonial, puedan formar parte de un centro de interpretación de la antigua Bega de Cullera.

ENSAYO DE VALORACION PAISAJISTICA DE LA PUNTA

Ricardo González Villaescusa

Levante-EMV, Territorio y Vivienda, 21 de junio de 1998

El medio físico en el que se encuentra La Punta es el de una llanura llitoral mediterránea típica, con una costa de restinga, o cordón litoral, de arena o de cantos rodados que impide la evacuación de las aguas continentales. Los ejemplos más próximos de esta restinga es el emplazamiento de Nazaret, o la propia dehesa de El Saler que constituye ese cordón litoral. Por detrás, tierra adentro, se encuentra una gradación de albuferas, de marjales y aiguamolls, que son la consecuencia combinada de distintos factores: 1) La llegada de aguas de escorrentía. 2) La presencia de manantiales, ullals o brolls que manan agua. 3) La débil profundidad a que se encuentra el nivel freático (en ocasiones, tan sólo a unos centímetros del suelo en invierno).

Todos estos factores actuando conjuntamente generan humedades costeros que tienen un gran interés paisajístico y ecológico, y que han sido objeto de explotación desde la antigüedad por los productos complementarios que ofrecen para la economía campesina (pastos naturales, juncos para cestería, caza, pesca…). Pero el interés de estos terrenos también reside en que tras los trabajos de avenamiento y acondicionamiento adecuados, suponen un aumento de la superficie cultivada. Estos fenómenos suelen ir ligados a la transformación de una economía campesina de subsistencia, a una agricultura de intercambio de productos comercializables, contexto más favorable a la presencia de poderes fuertes, capaces de ejercer un control sobre los individuos y las colectividades.

La zona de La Punta participa de todas estas características y ofrece un paisaje agrario típico de drenaje de una zona húmeda. Es conocido que las zonas húmedas de la Albufera se extendían hasta las mismas puertas de Valencia, en Russafa, donde a finales del siglo XVIII, Cavanilles aún comentaba que su término era «en partes aguanoso, donde se cultivan arroces».

Formando parte de la misma zona, se encuentran los francos, marjales y extremales de la huerta de Valencia. Este espacio se encontraba yermo a finales del siglo XIV, y Pedro IV de Aragón dispuso en 1386 que fuera puesto en cultivo de nuevo. Si prestamos atención al texto de esta disposición puede apreciarse que se trata del drenaje de una zona que ya había sido desecada previamente, origen que podría retrotraerse, hipotéticamente, a época islámica: «Una gran partida de tierra huerta, bajo los lugares de Ruzafa, Alfafar y otros, se había convertido marjal y yerme, especialmente por haberse cegado las acequias, brazales y escorredores de las aguas, al no haberse limpiado y compuesto según se debía y antiguamente se hacía, por miseria y trabajo de las gentes, disminuidas en número y poder a causa de las guerras, mortalidad y otras adversidades pasadas».

Los labradores que se asentaran en esta zona estarían exentos del pago del diezmo durante diez años (hasta 1400), franquicias que dan lugar al nombre de francos. Para el riego, la zona recibe los sobrantes, los excedentes, de las acequias de Favara y Rovella, de donde la denominación de extremales. La acequia de Rovella también riega una buena superficie agrícola que ocupa desde la salida de la ciudad, pasando por Monteolivete, Nazaret y La Punta.

Los límites de los francos, marjales y extremales coinciden con una forma de los campos típica de zonas anfibias que recuerda las desecaciones de otras llanuras litorales del Mediterráneo. Los drenajes consisten en simples zanjas por debajo del nivel de los campos, para absorber la humedad y canalizar el agua excedentaria en la dirección deseada. Una vez desecada la zona, los mismos drenajes sirven para regar los campos, canalizando tanto la humedad remanente como el agua de las fuentes (la Fuente de San Luis ofrece el topónimo más característico de la zona). Normalmente, el drenaje principal se encuentra en la cota inferior, recibiendo el agua de los drenajes secundarios y de los sobrantes de las acequias. Esto da lugar a un paisaje agrario característico donde las acequias- escorredor no sólo dispersan el agua por los campos, sino que también sirven de recogida y concentración de las aguas para evacuarlas a la costa o a la laguna costera.

En la zona se identifica una serie de grandes colectores que la atraviesan prácticamente en su totalidad, desde la zona más alta de la Albufera (por ejemplo, la acequia del Tremolar, topónimo que evoca la inestabilidad, el temblor que se produce al pisar las zonas pantanosas). La acequia del Vall, la acequia del Rey, el comú de Momperot o Comunot también son buenos ejemplos. El resto de las acequias depende en distintos grados de estos grandes ejes y, normalmente, vierten sus aguas a las anteriores.

El eje principal que articula todo el espacio de los francos, marjales y extremales es el camino de la Font d’En Corts, que se ubica en la cota más deprimida de este espacio, teniendo en cuenta el microrrelieve que afecta a la zona. Este eje recibe las aguas de la mayor parte de las acequias de la zona, convirtiéndose, el final de su trazado, en la acequia del Vall, que desagua en la acequia del Petxinar que, a su vez, lo hace en la del Tremolar, y ésta en la Albufera.

En el interior de esta estructura las parcelas se organizan de manera que se facilite la evacuación del excedente de agua. Suelen ser alargadas y buscando la misma orientación de la pendiente para que, por sus extremos, puedan verterse las aguas al drenaje más próximo.En Ibiza se conocen con el nombre de feixas, y en el Languedoc se les llama faissas, porque su forma recuerda las de una faja alargada, que en latín se llama fascia.

Para finalizar, sólo quiero insistir en que un conocimiento derivado de la ciencia básica o histórica puede (debe) ser un útil de gestión del territorio de vital importancia. El estudio en que participé para estudiar ses feixes de la huerta de Ibiza puso en evidencia que la especulación de los años sesenta-setenta y el abandono de la huerta de Ibiza había conllevado la obturación de algunos de los drenajes principales que conducían las aguas de lluvia al mar. Las inundaciones que afectaron a Ibiza en los años ochenta no pueden ser ajenas a la decadencia, abandono y agresión al sistema de drenaje, tal y como debió de ocurrir con la zona de francos, marjales y extremales, cuando Pedro IV recordaba en 1386 que el abandono del antiguo sistema la había vuelto marjal y yerma. No es mi intención en esta ocasión terciar en el debate sobre la conveniencia de construir la ZAL en La Punta, otros ya lo han hecho con criterios más oportunos que los míos. Pero si La Punta va a ser sacrificada, y en esta ocasión sí que sería el último mohicano de una forma de vida (La huerta de Campanar, un enfermo terminal, Territorio y Vivienda, 17-5-1998), qué vamos a dejar a las generaciones futuras. ¿Será necesaria, dentro de unos decenios, la construcción de un parque temático que tenga como hilo conductor el de la huerta? Donde cupiera la función del labrador-conservador que todas las mañanas acudiera a atender sus campos. Como complemento, se podría colocar, aquí o allá, unos ninots labradores en pétreas posturas que ilustraran a los críos cómo se trabajaba de sol a sol para producir, antaño, lo que ellos comerán en píldoras; porque suponemos que alguien está investigando qué vamos a comer tras acabar con las tierras agrícolas, por activa —la ZAL o Campanar— o por pasiva —la desertización que amenaza a todo el mundo.

Quiero insistir sobre la necesaria comprensión del paisaje de La Punta en dos dimensiones: espacial y temporal. En primer lugar, es imprescindible analizar y conocer el medio físico y medir el impacto ambiental que va a producir la remoción del paisaje que se nos anuncia, a corto, medio y largo plazo. No es baladí si consideramos los efectos de una mala gestión del territorio en el caso citado de Ibiza.

En segundo lugar, es indispensable conocer la dimensión temporal, histórica y patrimonial de nuestros paisajes históricos. El avance imparable del progreso y del desarrollismo mal entendidos hace necesario que se le preste mayor atención al patrimonio que a mayor velocidad desaparece sin que nadie mueva un dedo por evitarlo. Tras la reciente aprobación de la ley del patrimonio valenciano, se me hace difícil entender cómo algunos políticos valencianos no han sido más reivindicativos con las esencias y los rasgos más propios del patrimonio local: los paisajes de regadío. Me consta que fue rechazada una enmienda a la ley, redactada a partir de mis investigaciones, que definía el contenido conceptual de la figura paisaje histórico protegido. Quizá era pedir demasiado que, por una vez, en ese aspecto, nuestra legislación fuera a la vanguardia de Europa.

La investigación histórica, y las humanidades en general, no puede ser ajena a los problemas más actuales y a los retos, por difíciles que sean, del futuro. Si desconocemos de dónde venimos, cómo vamos a saber a dónde vamos, por más que nos encontremos en el euro.